martes, 31 de mayo de 2011

Heroínas XI. Penélope, Clitemestra, Helena: mujeres en nada inferiores a sus maridos

La sociedad descrita por Homero refleja claramente un sólido sistema de valores patriarcales. En una atmósfera de fiera competencia entre los hombres, las mujeres son vistas como premios en las contiendas y botín en las conquistas, y su posesión aumenta el prestigio de los varones. A las mujeres se las valora por su belleza y sus dotes personales, y la lucha por una mujer valiosa puede provocar entre los hombres peleas a muerte. Basta con recordar a Helena y los hasta noventa y nueve pretendientes que pidieron su mano, dispuestos a todo por conseguirla.

Paris y Helena (J. L. David 1788)

Clitemestra (J. Collier 1882)
Pero debemos tener en cuenta que, aunque ellas debían ser monógamas, frente a la poligamia habitual en los varones, las mujeres no eran consideradas inferiores o incapaces de hacer nada más que administrar una casa y tener hijos: cuando Agamenón y Odiseo parten a Troya, quienes quedan como gobernantes de sus reinos son sus esposas: Clitemestra y Penélope, ambas pertenecientes a la familia real espartana, como Helena, que en nada es inferior a su esposo, Menelao. Una razón importante para el matrimonio era también la importancia política y económica del suegro (y sigue siéndolo a día de hoy en muchas culturas); no en vano Menelao, nacido en Micenas, fue rey de Esparta por su matrimonio con Helena, hija de Leda, esposa del rey Tindáreo.


En la mitología, Penélope es el paradigma de esposa fiel que guarda la casa y espera pacientemente el regreso de su marido pese a que hayan pasado veinte años desde que se fue de Ítaca (y aunque él tarde tanto a causa de, entre otras razones, los años pasados alegremente con Circe y Calipso); Clitemestra es lo contrario: la adúltera que finge recibir con alegría al esposo para conducirlo engañado a la muerte (aunque Agamenón no haya dudado en sacrificar a su hija Ifigenía por ser el jefe supremo de los griegos que marcharon a Troya y regrese de allí trayendo al hogar conyugal una joven concubina); y Helena, raptada por Paris, es la “perra” que ha provocado la muerte de un sinfín de hombres (aunque hubiera sido el premio que Afrodita entregó al príncipe troyano a cambio de la manzana destinada “a la más bella”, y, muerto Paris, se convierta en esposa de uno de sus cuñados, Deífobo).

Penélope y su hijo, Telémaco (escifo ático 450 a.C.)

Pero como en la mitología griega podían existir sin más problema versiones divergentes sobre los mismos personajes (no hay revelación divina alguna), a propósito de las heroínas mencionadas queremos destacar dos: sobre Helena, que nunca fue a Troya, sino que estuvo todo el tiempo que duró la guerra en Egipto, ya que lo que Paris se llevó era solamente una nube con el aspecto de Helena fabricada por Hera (que estaba furiosa con el troyano por no darle la célebre manzana) o por Zeus (que quería provocar una guerra), y sobre Penélope, que, lejos de mantener a raya a los ciento veintinueve pretendientes que la apremiaban a escoger nuevo esposo porque Odiseo tenía forzosamente que estar muerto (la guerra había acabado hacía diez años y de él no se sabía nada), había tenido relaciones con todos ellos. Así se invertirían los papeles: la fiel Helena, la infiel Penélope.

lunes, 30 de mayo de 2011

Heroínas X. Safo de Éreso: semejante a los dioses quien te lee


La lírica (poesía cantada con acompañamiento de cuerda -lira o cítara-) fue el género fundamental de la literatura griega antigua entre finales del siglo VIII y mediados del V a.C. y uno de sus tipos, la monódica (canto de una sola persona), se desarrolló de manera especial en la isla de Lesbos. Terpandro de Antisa (siglo VII a.C.) es considerado el inventor de la lira de siete cuerdas y el fundador de la primera escuela musical de Esparta, en el siglo VII a.C., pero fueron Safo y Alceo quienes llevaron el género a su perfección, imponiendo su dialecto (el lesbio) y las formas métricas que empleaban. Vivieron en el siglo VII a.C. y eran aristócratas que componían poemas para la aristocracia local, pero mientras el mundo de Alceo es el de los hombres, y sus ejes la vida política y el banquete en el que se reúnen los miembros de la misma hetería (una especie de club político), el mundo de Safo es el de las mujeres. Los temas fundamentales del amor fueron descubierto por Safo, quien compuso poemas referidos a su círculo más allegado, su familia y las muchachas que se reunían en la “casa de los servidores de las Musas” (la de Safo), y también poemas de encargo, corales, como himnos o epitalamios (canciones de boda). Desgraciadamente se ha perdido la mayor parte de su obra (aunque fue muy admirada por Platón, los alejandrinos, Catulo y Horacio), lo que dificulta enormemente la interpretación de algunos poemas.


Alceo y Safo

Sobre su vida, la principal fuente (Suda) dice que Safo era hija de Escamandrónimo de Éreso y Cleis de Mitilene, nació en torno a 612 a.C., estuvo durante su infancia en Sicilia (seguramente por motivos políticos), regresó a Mitilene, se casó con Cércilas de Andros (aunque algunos piensan que este nombre es una burla de comedia) y tuvo una hija, Cleis.  Heródoto y Estrabón nos informan que llevó muy a mal que a su hermano Cárajo lo desplumara una célebre hetera de Náucratis (Dórica o Rodopis).  Sobre su muerte, se extendió la historia de que se había suicidado arrojándose desde un acantilado (la roca de Léucade) por amor de un tal Faón, pero este Faón no era un joven, sino una divinidad asociada a la vegetación, de manera que la noticia del suicidio parece totalmente falsa, a partir de una mala interpretación de un poema suyo o bien de una broma cómica.
La roca de Léucade (foto R. Mariño)


Desde la Antigüedad se ha interpretado de diferentes maneras la relación existente entre la poetisa y el “círculo sáfico”: ¿educaba Safo muchachas nobles de Lesbos y Jonia para mantenerse económicamente a causa de una supuesta prematura viudedad? ¿Se trataba de un thíasos, una asociación religiosa relacionada con el culto a Afrodita y las Musas? ¿Era Safo homosexual? Mientras que Máximo de Tiro la comparó, como educadora, con Sócrates, Séneca se preguntaba si habría sido una hetera. Tantas interpretaciones muestran a las claras que no sabemos nada con certeza, y tampoco es que importe para su valoración como poetisa: insuperable. Eso sí, a partir del siglo XIX, el tema “sáfico” ha sido muy explotado.

El movimiento romántico la convirtió en mártir.
Cosas de los románticos...

domingo, 29 de mayo de 2011

Heroínas IX. Espartanas, mujeres libres de toda tutela paternal y conyugal

En Esparta, de acuerdo con la constitución tradicionalmente atribuida al legendario legislador Licurgo (entre 800 y 600 a.C.), la tarea más importante de las mujeres era traer hijos al mundo, sin los cuales era imposible el mantenimiento de un estado en el que el número de espartiatas (los homóioi, o “iguales”, la clase dominante) era muy inferior al de la población hilota dominada. Es muy significativo que, en una sociedad en que lo colectivo prima sobre lo individual, no se inscribiese sobre las tumbas el nombre del difunto más que en caso de ser varón muerto en la guerra o mujer al dar a luz.
Para conseguir los hijos robustos que el estado necesitaba, a diferencia de lo que se hacía, por ejemplo, en Atenas, en Esparta se nutría bien a las niñas y a las muchachas y se les hacía practicar los mismos ejercicios físicos que los hombres, quedando las tareas de la casa relegados a mujeres de clases inferiores. Se adiestraban y competían, según Plutarco, en carreras, lucha, disco, jabalina, y, en lugar de recibir una educación sedentaria y encerrada en el hogar, se dejaban ver por los muchachos incluso desnudas, y cantaban y danzaban en público.


E. Degas, Jóvenes espartanas desafiando a sus compañeros , c. 1860
Se criaba a todas las niñas nacidas, pero sólo a los niños sanos. El estado no tenía interés en conocer quién era el padre real del niño, sino sólo en que fuera ciudadano. No se castigaba el adulterio y se promovía el matrimonio con fines reproductivos, castigando a los varones solteros para forzarles a casarse. Hasta los treinta años el marido no podía vivir con su esposa, sino sólo verla secretamente, porque Licurgo pensaba que los hijos serían más fuertes si el deseo de los padres era fuerte también. Si el matrimonio no era fértil, quedaba disuelto y dejaba abierta la posibilidad de contraer otro nuevo. Siempre era, además, posible que una mujer joven casada con un anciano tuviese hijos con otro hombre a gusto del anciano, y que un hombre tuviera hijos con otra mujer que le gustara si el marido de ella consentía. Lo que Licurgo pretendía era que los hijos no fueran propiedad de los padres, sino un bien común de la ciudad, y descendientes de los mejores, no de cualquiera.

Bronce de procedencia espartana, ca. 550 a.C. Muchacha que corre, "enseñando los muslos" (como a las que alude Íbico)
En Esparta, el matrimonio se llevaba a cabo raptando a la mujer, que no debía ser una niña, sino estar ya en la plenitud de la vida. La joven raptada era entregada a una mujer (nympheútria, literalmente, “la que conduce a la novia a casa del esposo”) que le cortaba el pelo al rape, la vestía de hombre y la dejaba sola y sin luz en una cabaña alejada; el novio abandonaba su cena en común con los jóvenes de su edad, se reunía con la novia, consumaban el matrimonio y regresaba de nuevo a dormir con sus compañeros. Esta especie de “clandestinidad” llevaba incluso, según Plutarco, al extremo de que un marido hubiera tenido hijos antes de ver a su esposa a plena luz. Hay quienes piensan que, en el caso de las muchachas, este peculiar rito nupcial era un rito de iniciación, con inversión de papeles.
La ausencia larga de los maridos a causa de sus obligaciones militares fue, con el tiempo, aumentando la libertad de vida de las mujeres, y las ricas propietarias comenzaron a  emplear cosméticos,  lujosas joyas, perfumes, ropas teñidas…, todo lo que Licurgo les había prohibido, y a desempeñar funciones políticas en la ciudad. Por ello Aristóteles, en su Política, las hizo responsables del relajamiento en la disciplina y de la degeneración del estado espartano ideal que ya era visible en los siglos V y IV a.C.

Lecturas recomendadas:
Claude Mossé, La mujer en la Grecia clásica, Nerea, Madrid 1990.
Sarah B. Pomeroy, Diosas, rameras, esposas y esclavas.  Mujeres en la Antigüedad Clásica, Akal, Madrid 1987.
Jenofonte, República de los lacedemonios.
Plutarco, Vida de Licurgo.
Aristóteles, Política.

También es muy recomendable y divertido ver la visión que proporciona el autor cómico Aristófanes de las espartanas en la Lampito de su Lisístrata.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Heroínas VIII. Atenea y Ártemis, dos diosas de armas tomar

Ártemis y Atenea son las dos diosas cuyo comportamiento más se aleja del esperado y deseado por la mayoría de los griegos de la época clásica para las mortales de su sexo. Aún más que Afrodita, ya que ésta, al fin y al cabo, acepta el marido que se le impone (es verdad que también escoge amantes a su gusto, ya que es, entre otras cosas, la diosa de las heteras) y tiene hijos, mientras que aquéllas consiguen de Zeus, su padre, el privilegio de ser siempre vírgenes, rechazando el papel primordial de la mujer como “reproductora”.


Ártemis y Acteón

En el extremo contrario está Hera: es la protectora de las mujeres casadas (no del matrimonio, que incluiría también a los maridos) y por más que se enfade a causa de las continuas aventuras extramatrimoniales de Zeus y los hijos con los que va poblando el mundo  no deja de ser una esposa fiel,  paradigma a nivel divino de la mujer de una cultura patriarcal como la griega, en la cual, aunque haya nacido libre, nunca es ciudadana y depende primero de su padre, luego de su marido y, si éste falta, de su hijo mayor, y en ausencia de hijo varón y en caso de ser heredera, de tíos paternos o primos paternos.
Cuando Ixión se enamora de Hera y se atreve a mantener relaciones sexuales con una nube que tiene su forma, teniéndola por la diosa en carne y hueso (extraña unión de la que nacen extraños hijos, los centauros), Zeus lo castiga a sufrir un castigo eterno en el Tártaro.  Pero cuando Hera se enfada con Zeus porque él ha llegado al extremo de dar a luz él mismo (a Atenea, y luego repetirá su hazaña también con Dioniso, aunque en ambos casos hubiera existido previamente una madre, desaparecida de manera terrible –la una devorada; la otra, fulminada) y se toma la venganza por su mano (ella es diosa de igual rango al de su  hermano y marido) teniendo por su cuenta a Hefesto sin contar con Zeus, a ella le sale mal: frente a la bellísima Atenea que suscita pasiones nada más nacer, Hefesto resulta feo y cojo, y Hera, avergonzada, intenta esconderlo a la vista de los demás dioses tirándolo del Olimpo al mar (quizá de ahí le venía la cojera). En realidad, a Hefesto no le fue mal: lo criaron amorosamente las nereidas Tetis y Eurínome y a la primera, la madre de Aquiles, le mostrará siempre enorme reconocimiento. Luego, debido a varias circunstancias, Zeus lo casará con la más bella de las diosas, Afrodita (y ya antes había tenido por esposa a la más bella de las Gracias). Hefesto no tuvo hijos con Afrodita, pero sí con otras féminas, mientras que Afrodita tuvo un largo número de amantes, entre los que destacan Ares, Adonis y Anquises, padre de Eneas.




El Juicio de Paris, según Rubens (Eleanor Antin, 2007): Hera, convencional ama de casa; Afrodita, vampiresa; Atenea, una heroína guerrera del tipo "Lara Croft". La rubia Helena espera, con cierto fastidio, a ver qué pasa.

Afrodita es la diosa del amor, la sexualidad y la fertilidad, (había nacido de los genitales cortados de Urano, según Hesíodo) y como tal ha de ser disculpada en sus infidelidades, frente a Ártemis, la castidad en persona (por concesión de Zeus), poco sociable, amante de la caza y muy vengativa. Hermana gemela de Apolo, nada más nacer en la isla de Delos ayuda a su madre, Leto, en el parto de Apolo. Puesto que ella es la diosa que envía a las mujeres las fiebres que matan tras dar a luz, las muchachas griegas le ofrecían, antes de la boda, sus juguetes (debido a la temprana edad a la que se casaban, no era extraño pasar de las muñecas a los niños de verdad) y un rizo de sus cabellos, para que les perdonara la pérdida de la virginidad. Pasa la vida acompañada de las ninfas, que han de ser también vírgenes y si alguna, como Calisto, la pierde (aunque sea por engaño de Zeus que había tomado el aspecto de la propia Ártemis para aproximarse a la incauta joven), esto supone su muerte. Tampoco le gusta ser observada por varón alguno mientras se baña en un manantial del bosque, y así a Acteón le convierte en ciervo para que lo devoren sus propios perros de caza. Y venga una ofensa de Níobe a su madre -se jactaba de tener más hijos que Leto- matando a flechazos a sus seis hijas (mientras Apolo mataba a los seis hijos varones), o exige el sacrificio de Ifigenía, la hija mayor de Agamenón, por pronunciar éste palabras que no debía. 
Ártemis lucha con gran éxito en la Gigantomaquia y mata a Orión,  bien por desafiarla en el lanzamiento de disco, bien por intentar raptar a una de sus compañeras, o bien por tratar de violar a la diosa, según distintas versiones del mito. No extraña, pues, que sea el modelo de la arisca Atalanta y la divinidad protectora de las Amazonas, a las que se atribuía a veces la fundación de Éfeso, donde estuvo el más célebre templo de la diosa, donde se la veneraba como diosa de la fecundidad y se la representaba rodeada de senos (hay, de hecho, quienes piensan que Ártemis proviene de una diosa-madre primitiva que rechazaba un matrimonio monógamo, circunstancia que fue mal entendida como virginidad por quienes asociaban su pérdida  sólo con el matrimonio convencional).

Atenea, por su parte, es la “hija sin madre” (Zeus había devorado a Metis para evitar  tener con ella en el futuro un hijo que le destronaría), y nace directamente de la cabeza de Zeus armada y bailando una danza guerrera. Virgen también (aunque tuvo un hijo, Erictonio, nacido de una forma más que peculiar), lucha en la Gigantomaquia, ayuda a los griegos en Troya (desde que Paris le negó la manzana como premio a la diosa más bella, era hostil a los troyanos, pese a que ellos la honraban en un templo que albergaba una antiquísima imagen suya, el Paladio),  y colabora con su medio hermano Heracles, aportando a la fuerza bruta masculina su razón.
Atenea es una diosa muy compleja: mujer en apariencia y  asociada a las labores femeninas, en otras de sus facetas se relaciona, en cambio, con cualidades o actividades que se consideraban masculinas, como la sabiduría, la guerra, y la protección de ciudades y hombres. Se ha subrayado que cuando las relaciones entre una diosa y un mortal son de protección, generalmente la diosa es virgen (como si los hombres consideraran útiles y beneficiosas a las mujeres vírgenes, y destructivas a las sexualmente activas): así ocurriría con Atenea y sus protegidos, Odiseo, Heracles, Belerofonte y Aquiles; de manera similar, Ariadna, Nausícaa y Medea ayudaron a Teseo, Odiseo y Jasón. En cambio Circe y Calipso retendrían a los hombres con su atractivo sexual.

No quede sin mencionar la tercera de las diosas vírgenes, por concesión de Zeus, aunque pretendida por otros dioses: Hestia, pacífica e inmóvil diosa del hogar, venerada en todas las casas y templos, el centro de la morada de los dioses.

Un libro muy interesante: S. B. Pomeroy, Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres en la Antigüedad Clásica, Akal, Madrid 1987.

lunes, 23 de mayo de 2011

Heroínas VII. Atalanta, cazadora y atleta en un mundo de hombres

Atalanta, atleta. 475-450 a.C.


Atalanta fue abandonada en el monte Partenio (nombre relacionado con el término griego párthenos, “virgen”) por un padre (el arcadio Yaso o el beocio Esqueneo, emigrado a Arcadia, según diferentes versiones) que sólo quería hijos varones. Una osa la amamantó y se crió entre cazadores. Se dedicaba a la caza, sabía defenderse sola (mató a dos centauros que intentaron violarla), veneraba a Ártemis y no quería casarse. Pero cuando tuvo noticia de que se estaban concentrando en el palacio de Eneo, rey de Calidón, un gran número de héroes para dar caza a un monstruoso jabalí enviado por Ártemis (que estaba enfadada con Eneo), se dirigió allí ella también. A muchos de los presentes les disgustaba que participara en la cacería una mujer, pero Meleagro, el hijo del rey, ya se había enamorado de ella y ansiaba tener un hijo de tal madre, pese a estar ya casado.



Atalanta y Meleagro, Rubens

Tras nueve días disfrutando de la hospitalidad del rey, partieron en busca del jabalí y Atalanta fue la primera en alcanzarle con una flecha; el segundo en herirle, esta vez en un ojo, fue Anfiarao y el que le remató a cuchillo fue Meleagro, haciéndose así merecedor de los despojos del animal como trofeo. Él se los entregó a Atalanta, por lo que los tíos de Meleagro se enfurecieron al considerarse, como parientes más próximos, dueños del trofeo en caso de que su sobrino renunciase a él. Meleagro, furioso, los mató y este hecho provocó su propia muerte: a poco de nacer, las Moiras (diosas del destino) habían vaticinado a Altea, su madre, que el niño viviría en tanto no se consumiese del todo un tizón que ardía en el hogar; ella lo retiró rápidamente, lo enfrió y lo guardó en un cofre, pero al enterarse de lo que su hijo había hecho a sus tíos maternos, echó al fuego el tizón. Meleagro murió y Altea, arrepentida, se ahorcó.


Meleagro y Atalanta, J. Jordaens
En los juegos fúnebres en honor de Pelias (el tío de Jasón), Atalanta luchó con Peleo, el padre de Aquiles, y lo venció; otras veces se afirma que la prueba en que resultó ganadora fue en la carrera. Si en dichos juegos venció Meleagro en lanzamiento de jabalina, como afirma Higino, habrían tenido lugar antes de la cacería del jabalí de Calidón. Como atleta, o cazadora, se la suele representar en el arte arcaico y clásico con una túnica corta. o con un "dos piezas" (stróphion y perízoma, es decir, "sujetador" y "faja").




Atalanta e Hipómenes- G. Reni
Atalanta seguía resistiéndose al matrimonio (el motivo no está claro: ¿por imitar a Ártemis?, ¿por temor a un oráculo?), y retaba a sus pretendientes a una carrera, en la que les daba ventaja, pero con la condición de que si perdían, ella los mataría con una lanza, tal como hizo con muchos jóvenes. Pero cuando se presentó como candidato  Hipómenes (o Melanión, un primo hermano de Atalanta), él llevaba las manzanas de oro del santuario de Afrodita en Chipre -o del Jardín de las Hespérides, regalo de la diosa Gea a Hera. Cada vez que Atalanta iba alcanzarle en la carrera, Hipómenes tiraba una manzana que ella se paraba a recoger. Así la venció, se convirtió en su esposo y se dedicaban ambos a la caza, pero cometieron el error de mantener relaciones sexuales dentro de un templo de Cibeles (o de Zeus) y por eso recibieron como castigo el ser transformados en leones (símbolo de la frialdad sexual), a los que conocemos tan bien en Madrid tirando del carro de la diosa.

Hijo de Atalanta - y de Meleagro o Melanión- fue Partenopeo, cuyo nombre se relaciona con el monte en que fue abandonada su madre.

Minoicos y micénicos inundan de color el MET de Nueva York

Hasta el 13 de noviembre de 2011 puede visitarse en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York la exposición: "Imágenes históricas de la Edad de Bronce griega: las reproducciones de E. Gilliéron e hijo".


Las "Damas de azul" (E. Gilliéron hijo)


El "Rey sacerdote" de Cnoso (E. Gilliéron padre)

Cuando Sir Arthur Evans excavaba el palacio de Cnoso, contrató como jefe de los restauradores de frescos al suizo Emile Gilliéron padre (1850-1924), junto al cual trabajó un hijo con su mismo nombre (1885-1939).
 A lo largo de muchos años, ambos realizaron cuidadosas reproducciones artesanales de obras de arte (cerámica, escultura, orfebrería, frescos minoicos, cicládicos y micénicos...) que se diseminaron por el mundo (incluído el propio MET)  y sirvieron de inspiración a intelectuales y artistas como James Joyce, Sigmund Freud, Giorgio de Chirico y Pablo Picasso.

Reproducción del colgante de las abejas de Maliá (E. Gilliéron hijo)

domingo, 15 de mayo de 2011

Heroínas V. Ménades y bacantes: una fuerza incontenible

En la tragedia y en el mito, bacantes es el nombre con que se denomina a las mujeres que, liberadas de las convenciones y temores de la vida cotidiana y entregadas a los instintos más primitivos en montañas y bosques, celebran los ritos en honor de Dioniso (también llamado Baco) con música, cantos y danza, hasta alcanzar el éxtasis y ser poseídas, mientras que las ménades (literalmente, “fuera de sí”) son su reflejo idealizado, bacantes divinas, que dominan a las fieras salvajes, y a las que se representa desnudas o con túnica larga,  pieles de pantera, coronadas con hiedra u hojas de roble o de abeto, llevando en sus manos tirsos, antorchas, serpientes o racimos de uvas, tocando la doble flauta o el tamboril y danzando con frenesí. Otro nombre dado a las bacantes es el de tíades.
Dioniso les inspiraba una fuerza tan grande que eran capaces -se decía- de arrancar árboles de cuajo y  de matar animales salvajes. Se les atribuía, también llegar al extremo de comer carne cruda de sus víctimas, en una especie de comunión ritual, y Eurípides proporciona un vívido retrato de los efectos de la posesión dionisíaca en una de sus últimas tragedias, a la que ellas dan nombre, Bacantes. Pero a veces se les asocia con aspectos más pacíficos de Dioniso como inventor del vino y se limitan a recoger uvas y preparar la bebida que proporciona el descanso y la felicidad a los fatigados humanos y hace del dios su favorito entre los inmortales.


Escena báquica (Cirene, Libia)
Dioniso era fruto de los amores de Zeus con una mortal, Semele, a la que el dios fulminó involuntariamente. Para evitar la muerte de la criatura junto con la de la madre, Zeus tuvo que completar la gestación en su propio muslo. Después de nacer (por “segunda vez”), Dioniso fue entregado a Hermes, quien encomendó su cuidado al rey de Orcómeno, Atamante, y a Ino, su esposa. Ambos trataron de evitar que la celosa y vengativa Hera lo reconociera vistiendo al pequeño de niña, pero no sirvió de nada, pues la diosa los volvió locos y mataron a sus propios hijos. Zeus llevó entonces el niño a Nisa, lugar situado muy lejos de Grecia, tal vez en Asia, para que lo criaran unas ninfas del lugar, y lo transformó en cabrito. Ya crecido, Hera lo enloqueció, y anduvo errante por Egipto, Siria y llegó hasta Tracia y la India, de cuya campaña salió triunfante con la colaboración de las ménades. Luego regresó a Grecia coronado con pámpanos o hiedra, en un carro tirado por panteras y acompañado de un tumultuoso cortejo de silenos, sátiros y ménades.

A los pintores de vasos griegos les encantaba representar el cortejo dionisíaco, y los encuentros amorosos de ménades con sátiros o silenos en plena naturaleza, sus danzas, los sacrificios al dios Dioniso o el castigo que infligieron las mujeres poseídas a Orfeo y a Penteo, a los que despedazaron.

La muerte de Penteo (Museo del Louvre)


La muerte de Orfeo (E. Lévy, 1866)

viernes, 13 de mayo de 2011

Heroínas IV. Magas: Hécate, de diosa benevolente a divinidad temible

Hécate es un buen ejemplo de cómo una divinidad, probablemente de origen extranjero (caria) e intregrada entre los dioses griegos, cambia de genealogía, aspecto y atribuciones con el paso del tiempo.




Hécate- Altar de Pérgamo (Berlín)

Hécate es hija, según Hesíodo, de Perses y Asteria, ambos descendientes de Titanes; no es, pues, una divinidad olímpica, sino ctónica, y tiene, con el visto bueno de Zeus, muchas atribuciones, algunas de las cuales se solapan con las de Ártemis y Selene: si se la invoca, es benevolente con los hombres y, en especial, cuidadora de jóvenes, y concede el don de la elocuencia, el éxito en las batallas y en los juegos, abundante pesca, ganado… Ella oye los gritos de Perséfone cuando es raptada por Hades, y acompaña a Demeter, antorcha en mano, a interrogar a Helios. Sin embargo, con el tiempo se la va convirtiendo en divinidad inventora de la magia y los hechizos, tan terrible “que hace temblar incluso a los perros” (Teócrito, Las hechiceras 12 ss.) y se la relaciona con el mundo de las sombras, y esta es la faceta con la que es más conocida en la actualidad.

Cuando Hécate lo desea, se aparece a magos y hechiceras llevando una antorcha  (pudiéndose confundir en las representaciones plásticas con Perséfone o con Demeter), o con forma de los animales con los que se la relaciona: perra, loba o yegua. Así acaba introducida en la familia de Helios, de la que forman parte las más famosas magas: Circe, Pasífae y Medea. De la relación que existe entre las ellas hay numerosas variantes. Según algunos, Hécate sería hija de Perses y una concubina, esposa de su tío Eetes y madre tanto de Circe como de Medea.

En las encrucijadas de caminos o calles se levantaban estatuas de Hécate, en las que aparece como una mujer con triple cuerpo o con tres cabezas, tal como la representó por vez primera el escultor Alcámenes, según Pausanias, y a sus pies los humanos depositaban ofrendas: dice  Aristófanes (Pluto 594 ss.) que los ricos le enviaban comida una vez al mes. En su honor, se sacrificaban perros.

martes, 10 de mayo de 2011

Heroínas III. Magas: Medea y su mala fama inmerecida

Medea estaba llamada desde la cuna a practicar las artes mágicas: es hija del rey de la Cólquide, Eetes, y de una Oceánide, aunque a veces se le atribuía por madre a Hécate, sobrina y esposa  del propio Eetes y patrona de las magas y hechiceras, a las que se aparece a veces con forma de animales diversos o con una antorcha en la mano. Expertas en magia son, también, sus tías Circe y Pasífae. Apolonio de Rodas la convierte en sacerdotisa de Hécate.

E. de Morgan, Medea, 1889
Aunque existen numerosas variantes sobre cuáles fueron las circunstancias en las que conoció a Jasón cuando llegó a Eea, en la lejana Cólquide, en busca del vellocino de oro,  se enamoró de él y a cambio de la promesa de convertirse en su esposa,  le ayudó a salir con bien  de las  pruebas que el rey Eetes había impuesto al joven griego para entregarle la preciada piel: Jasón debía uncir, sin ayuda de nadie, dos toros de Hefesto con pezuñas de bronce que exhalaban fuego, arar con ellos un campo y sembrar los dientes del dragón de Ares, de los que Jasón no sabía que brotarían hombres armados con intención de matarle.  Medea le proporciona a Jasón un ungüento para su cuerpo y su escudo que les hará invulnerables al hierro y al fuego durante un día entero, y le advierte que no debe enfrentarse a los feroces guerreros, sino tirar desde lejos una piedra en el centro del grupo, de manera que, irritados unos contra otros, se matarán entre sí.
Jasón realiza las pruebas con éxito, pero Eetes se niega a cumplir su promesa y decide incendiar la nave Argo y matar a los Argonautas. Mientras, Medea ha llevado a Jasón al lugar en el que se encuentra el vellocino y ha adormecido con sus sortilegios al insomne dragón que lo custodiaba, y huyen en la nave llevándose como rehén a Apsirto, hermano de Medea.

Algunas versiones del mito afirman que la propia Medea mató y despedazó a su hermano para que su padre, que los perseguía por mar, se retrasara recogiendo los restos para enterrarlos; otras, no mencionan rapto alguno y atribuyen el asesinato a Jasón. En cualquier caso, Zeus se enfada por la muerte de Apsirto y los Argonautas tienen que acudir junto a Circe para que los purifique del crimen. Ella lo hace y habla con su sobrina, pero se niega a acoger a Jasón en su palacio.
Después de numerosas peripecias, perseguidos aún por los enviados de Eetes, ya en la isla de los feacios Jasón debe cumplir la promesa de casarse con Medea, para no tener que devolver la hija soltera al padre.  De paso por Creta, Medea emplea sus artes mágicas para enfurecer a Talo, el gigante de bronce construido por Hefesto que guardaba la isla, invulnerable en todo su cuerpo, excepto en una vena en el tobillo, que se desgarra contra una roca y provoca su muerte.
Llegados a Yolco, la tierra de la que Jasón debía ser rey, Medea se venga de Pelias, tío de Jasón y usurpador del trono, que le había enviado en busca del vellocino de oro con intención de librarse para siempre de él: prepara un caldero con agua hirviendo y ciertas hierbas, introduce en él un carnero viejo descuartizado y lo saca convertido en un corderito (según Ovidio, rejuvenece a Esón, el padre de Jasón). Las propias hijas de Pelias intentan devolver la juventud a su padre de la misma manera, sin conseguirlo, por lo que Jasón y Medea son desterrados de Yolco y van a vivir a Corinto, donde tienen hijos y pasan unos años tranquilos hasta que Jasón decide repudiar a Medea y casarse con la hija del rey Creonte.
A. Mucha, cartel para Medea
Según la tragedia de Eurípides, Medea,  que convierte la que es en otras fuentes, muerte accidental de su hijo (Mérmero) o  hijos (Mérmero y Feres) en un asesinato (ver más abajo), el rey da orden de destierro para Medea y los niños y ella lleva a cabo su venganza en un solo día: por medio de los niños envía, como regalo de boda, una túnica y una corona envenenadas a la joven esposa, provocando su muerte y la de Creonte, al intentar ayudarla. A continuación mata a sus queridos hijos, privando a Jasón tanto de estos descendientes como de los que hubiera podido tener en su nuevo matrimonio, y huye a Atenas en un carro volador, regalo de Helios, donde la acoge el rey Egeo, a quien ha prometido curarle de la esterilidad que padece con sus artes mágicas. Egeo se casa con ella y tienen un hijo, Medo.


Cuando algún tiempo después el joven Teseo se dirige desde su Trecén natal a Atenas en busca de Egeo, el padre a quien no conoce, Medea se dispone a envenenarle en un banquete, bien por propia iniciativa, bien por temor de Egeo a que le arrebaten el trono. Sin embargo, el rey reconoce a su hijo al ver la espada que había dejado para él antes de nacer como señal para un futuro reconocimiento y  expulsa a Medea de Atenas.
Ella regresa con su hijo a su tierra, a la Cólquide, se reconcilia con su padre y le devuelve el trono que había usurpado su tío, Perses. Medo dará el nombre a Media.


El "Sarcófago de Medea" (Berlín, Museo de Pérgamo)
Pero las leyendas sobre Medea difieren en muchos aspectos, y en especial las relacionadas con el final de su hijo o hijos. En sus Naupácticas, Cárcino afirma que el hijo de Medea había sido despedazado por una leona en la isla de Corcira, y Pausanias relata, en su Descripción de Grecia, que en Corinto se enseñaba la tumba de los hijos de Medea muertos a pedradas a manos de los corintios por su intervención en la muerte de la princesa Glauce. Finalmente, Estáfilo convierte a Medea en la causante de la muerte de Jasón, al que había invitado a acostarse bajo la popa de la nave Argo, que ella sabía que estaba a punto de hacerse pedazos a causa del paso del tiempo, cosa que efectivamente ocurrió.
Medea no murió. Ella no era una mortal cualquiera. Marchó a los Campos Elíseos, donde algunos dicen que se casó con Aquiles.

domingo, 8 de mayo de 2011

Heroínas II. Magas: Pasífae, experta en aojamientos

Hija de Helios y hermana de Circe es Pasífae, casada con Minos, rey de Creta, uno de los hijos que Zeus tuvo con Europa y que se convirtieron en los jueces ante los que han de comparecer las almas de los difuntos en el Hades.


Pasífae es célebre sobre todo como madre del Minotauro, ser monstruoso al que concibió con un toro que Posidón había hecho salir del mar para que Minos lo sacrificara en su honor, pero el rey desobedeció y lo guardó en sus establos. La pasión amorosa por el animal se explicaría, pues,  como castigo impuesto por Posidón o, según otras fuentes, por Afrodita, porque Helios había revelado a Hefesto sus amores adúlteros con Ares. Para que Pasífae lograra yacer con el toro, Dédalo fabricó  una vaca de madera tan perfecta que engañó al animal. De esta unión nació un ser medio hombre, medio toro al que Minos encerró en el Laberinto que había encargado construir a Dédalo. Allí dentro murió el Minotauro, a manos de Teseo, hijo del rey de Atenas, Egeo.




Pasífae y Dédalo- Casa de los Vetii (Pompeya)


Pero a Minos se le atribuían innumerables aventuras amorosas, incluso algunas con hombres. Llevada de los celos, Pasífae empleaba sus artes mágicas y maldiciones contra las amantes de su esposo, que morían devoradas por escorpiones y serpientes que salían del cuerpo de Minos, hasta que Procris, hija de Erecteo, lo libró del “mal de ojo” con una hierba que conocía (la “raíz de Circe”), obteniendo como regalos, a cambio de acceder a los requerimientos del rey, un perro con el don de apresar a todos los animales que persiguiese y una jabalina que jamás erraba en el blanco, que, con el tiempo, se convertiría en el arma con la que, por error, mató a Procris su marido, Céfalo.

Teseo y el Minotauro en el Laberinto (Friburgo, Universidad)

sábado, 7 de mayo de 2011

Heroínas I. Magas: Circe, la diosa que teje, canta, encanta y desencanta

Las dos hijas de Helios, el Sol, con Perse, hija de Océano y Tetis, eran magas, mujeres expertas en hechizos y, como tal, temibles: Circe y Pasífae. También destacó en este arte su nieta, Medea, hija de Eetes, el rey de la Cólquida, el remoto lugar al que se dirigieron Jasón y los Argonautas en busca del vellocino de oro, aunque para nosotros, y por ocurrencia de Eurípides, Medea sea más conocida como la mujer celosa que, abandonada por Jasón, lleva a cabo una terrible venganza que incluye el asesinato de sus propios hijos.

Circe es temible, sí, sobre todo para los varones que llegan a su isla, Eea -que algunos identifican con el actual Circeo, cerca de Terracina-, donde vive en un palacio ubicado en medio de un bosque y rodeado de animales salvajes -leones y lobos-, mansos como perrillos.  Según nos relata Homero en el Canto X de La Odisea (vv. 135 ss.), allí desembarcan Odiseo y sus compañeros tras conseguir salir con vida de la tierra de los lestrigones, unos poco tranquilizadores gigantes antropófagos que devoran a los extranjeros. Al cabo de unos días, ya un tanto recuperados del dolor y el cansancio, Odiseo envía una expedición de reconocimiento porque desde un alto ha visto  humo, señal de habitación humana, y espera noticias. Euríloco, el jefe de los expedicionarios, regresa a contarle lo que ha sucedido: al llegar a un palacio, han entrado todos menos él, y una mujer que tejía y cantaba los ha recibido hospitalariamente. Después, ninguno ha salido de allí. La diosa de bellos cabellos y voz humana les ha invitado a sentarse y a un banquete, pero no bien han comido y bebido, los ha tocado con una vara y los ha convertido en cerdos y  enviado a sus pocilgas.

J.W. Waterhouse, Circe envidiosa, 1892

Odiseo parte impetuosamente en su busca, pero tiene la fortuna de recibir ayuda e instrucciones de Hermes: una planta mágica, el móly, de negras raíces y flores blancas, le hará inmune a los bebedizos de Circe. Cuando ella le toque con su vara y le ordene correr a la pocilga, él debe amenazarla con el cuchillo, exigirle el juramento de que no tramará contra él nuevo daño y aceptar compartir el lecho que ella va a ofrecerle.

Dosso Dossi, Circe y sus amantes en un paisaje, ca. 1525




Circe recibe a Odiseo y le ofrece una copa, pero gracias al móly de nada sirve el poder de la vara. Odiseo la amenaza como si quisiera matarla, y ella supone que el recién llegado ha de ser aquel Odiseo de vuelta de Troya del que Hermes le había hablado; le ofrece su lecho y jura por la Estigia que no le causará daño alguno. Para contentar a Odiseo, devuelve a sus compañeros la forma humana, pero rendido a  otros “encantos”, los físicos,  Odiseo se queda con Circe un año, hasta que sus hombres le apresuran a reemprender el camino de vuelta a casa.










Odiseo (Ulises) amenaza a Circe (Basilea, Museo de Arte)

En ese año pasado con Circe, Odiseo engendra un hijo, Telégono, y tal vez una hija, o hasta tres hijos varones, según otras fuentes. El nombre de Telégono es significativo: el “nacido o engendrado lejos”. Pese a esta lejanía, de los hijos de Odiseo, es él quien sin querer provocará su muerte. En una pelea entre ambos, Telégono lo hiere mortalmente con una lanza envenenada. Al saberse asesino de su padre, lleva, en compañía de Penélope, el cadáver a la isla de Circe, se casa con la mujer que acaba de enviudar y marchan juntos a las Islas de los Bienaventurados.

Hasta aquí llega la bien conocida relación de Circe con el rey de Ítaca, pero los romanos le atribuían además un hijo con Júpiter, Fauno, divinidad bienhechora relacionada a veces con el griego Pan. Y algunos contaban que ella fue quien, por celos,  transformó a Escila, amada por Glauco, en monstruo, mitad mujer- mitad perros devoradores de hombres,  entre los que se encontraban seis de los compañeros de Odiseo cuando, intentando regresar a Ítaca, pasaban cerca del lugar donde acechaba la temible Escila (en las inmediaciones del estrecho de Mesina).

Circe interviene también en el ciclo de los Argonautas purificando a su sobrina Medea del asesinato de su hermano Apsirto, pero esa es otra historia.