jueves, 12 de octubre de 2023

Viajar a Grecia sin moverse del asiento (1957)

     Probablemente era lo único a lo que podían aspirar las personas corrientes y molientes: visitar Grecia sin moverse de la butaca del cine. Era 1957 cuando la bellísima Sophia Loren protagonizaba su primera película americana, La sirena y el delfín, dirigida por Jean Negulesco, sobre una novela de David Divine. La trama -muy simplona- permitía introducir de manera más o menos forzada un paseíto por las antigüedades de Atenas, Epidauro, Meteora y, cómo no, algunas islas griegas (precisamente con las que comienza la película, aunque ahora las presentemos al final). Los escasos turistas iban elegantemente vestidos y tomaban cócteles junto a tambores de columnas esparcidos por el suelo, los coches se cruzaban por el ágora antigua y podías llegar con ellos incluso al pie mismo del teatro de Epidauro. Al único lugar al que no había llegado modernez alguna era al Monasterio de Varlaam, para llegar al cual había que coger, velis nolis, la cesta-ascensor.

    Veintidós años después, estrenando la mayoría de edad, tuve la suerte de poder viajar por primera vez a Grecia, no recuerdo con qué compañía aérea y después de hacer una larga escala, cargada con un maletón sin ruedas y el libro de historia del Grecia del que teníamos que examinarnos a la vuelta de las las vacaciones de Semana Santa. Ya solo se podía subir hasta el estilóbato del Partenón, pero me sentí una mota de polvo ante semejante grandeza. La impresión no me ha abandonado desde entonces, y la revivo cada vez que acompaño a alguien en su primera visita a la Acrópolis.  

    He seguido viajando a Grecia siempre que puedo, y me he divertido observando en la primera parte de la película cómo estaba todo en aquellos años en que aún no había nacido.


 

Fedra (Sophia Loren) medita ajena a los animados turistas que suben al Partenón.


 

Calder (Alan Ladd) atraviesa con garbo el Partenón para no desviarse en dirección al Museo.

 

Desde luego no hay que esperar a que nadie se quite para hacerte una foto. Suelo resbaladizo.

 

Sin vigilantes pitando, sin turistas entrando y saliendo en fila por los Propíleos.



Apoyándose en las piedras del Erecteion. Si han resistido tantos siglos, no van a romperse ahora.


Pasando en camioneta al ladito mismo del Odeón de Herodes Ático (y sin espectáculos).


Cero colas para subir a la Acrópolis. Igual ni cobran.


 

A punto de descargar un trozo de friso del Partenón, con Filopapo al fondo.

 

El Ágora aún muy confusa y con coches que van y viene a su antojo.


Una mezcla fantasiosa de Museo de la Acrópolis y Arqueológico a la vez (cosas de Cinecittà)


Fedra (Sophia) podría muy bien ser una Kore más (la Kore del Bolso)


El robatesoros Parmalee (Clifton Webb) visita Epidauro y aparca el coche junto a la párodo.


Pero Parmalee no se libra de subir a un monasterio de Meteora a la manera tradicional. Sobrevive.


Calder y Parmalee se encuentran en la biblioteca del Monasterio, antes de maitines (detalle importante).


Nada más empezar la película, hay que informar bien al espectador por dónde cae cada cosa.


Rodas, quién te ha visto y quién te ve.


Míconos. Por la Paraportianí no pasan los años.


Delos, en plena chicharrera. Tal cual.


Poros, antes de que se llenara de terrazas y coches.


Hidra, la estrella de la película.


No puede faltar el gléndi. Fedra bailando en Hidra con los chicos de Dora Stratou. Así cualquiera.


   

 Es mucho mejor ver todo en movimiento, así que aquí está:






 


sábado, 25 de marzo de 2023

La estatua más deseada: el Paladio

     El Paladio era una escultura del tipo que conocemos con el nombre de xóanon, una antiquísima imagen caída del cielo que garantizaba la integridad de la ciudad que lo guardaba y rendía culto.

      “La historia acerca del Paladio es así: dicen que cuando nació Atenea fue criada por Tritón, cuya hija era Palas. Las dos se ejercitaban en el arte de la guerra y en una ocasión riñeron. Palas estaba a punto de golpear a Atenea, pero Zeus, temeroso, interpuso su égida, y cuando Palas sorprendida miró hacia arriba, cayó herida por Atenea. Ésta, muy afligida, fabricó una imagen semejante a Palas, le cubrió el pecho con la égida que ella había temido, y colocándola al lado de Zeus la veneró. Más tarde Electra, en el momento de su ultraje, buscó refugio junto a la imagen, y Zeus arrojó el Paladio y a Ate al país ilíaco. Ilo construyó un templo y le dio culto.” (Apolodoro 3.12.3)

    Ilo, el héroe fundador y epónimo de Troya (Ilión), consideró que la caída del Paladio era una señal de que los dioses aprobaban la fundación de la ciudad, aunque ya un oráculo le había dado toda clase de pistas:

    “Ilo fue a Frigia, donde se celebraban  unos juegos organizados por el rey, y venció en la lucha; recibió como premio cincuenta muchachos e igual número de  muchachas, y el rey, obedeciendo a un oráculo, le dio también una vaca moteada y le dijo que fundara una ciudad en el lugar donde aquella se tendiese; por eso la siguió. Cuando la vaca llegó a la colina llamada de Ate, en Frigia, se acostó. Allí  Ilo fundó una ciudad que llamó Ilión. Habiendo suplicado a Zeus que le mostrase algún signo, con el día vio delante de su tienda, caído del cielo, el Paladio: tenía tres codos de alto y los pies unidos; en la mano derecha la lanza enhiesta y en la izquierda la rueca y el huso.”

 

Diomedes sujeta el Paladio (Villa de Tiberio en Sperlonga, ss.I a.C.-I d.C.))


      Los griegos, que llevaban años y años asediando Troya sin el menor éxito, consiguieron saber que hacerse con el Paladio era uno de los requisitos necesarios para tomar la ciudad:

    “Cuando Calcante dijo que Héleno conocía los oráculos que protegían a la ciudad, Odiseo, mediante una emboscada, lo hizo prisionero y lo condujo al campamento. Héleno fue obligado a decir cómo se podría tomar Ilión: lo primero si traían los huesos de Pélope, segundo si Neoptólemo luchaba a su lado, y tercero si el Paladio, caído del cielo, era robado, pues mientras estuviera dentro la ciudad sería inexpugnable.” (Apolodoro, Ep. 5.8)

    Conociéndole, no nos extraña que Odiseo decidiera en el acto ir a robarlo. Lo hizo en compañía de Diomedes, pero no está muy claro cómo sucedieron las cosas. Según Apolodoro Ep. 5.14, Helena echó una mano a Odiseo (se conocían al menos desde que él fuera uno de los pretendientes de ella, y además era el marido de su prima Penélope):

    “Odiseo fue de noche hasta la ciudad con Diomedes, dejó a éste esperándolo y mientras él, desfigurado y vestido con ropas humildes, entró inadvertidamente en la ciudad como mendigo; allí fue reconocido por Helena, y con su ayuda, tras dar muerte a gran número de los que custodiaban el Paladio, lo robó y con Diomedes lo llevó a las naves.”

    Pero en otras versiones el mérito es de Diomedes. Al escalar la muralla o los muros del templo de Atenea, Diomedes se subió sobre los hombros de Odiseo, pero luego no le ayudó a encaramarse, porque quería toda la gloria para él, así que de camino de regreso al campamento griego tuvo lugar un hecho muy poco edificante que dio origen a un proverbio:

    «Necesidad de Diomedes». A propósito de quienes hacen algo por obligación. Lo menciona Aristófanes en Ranas 150. Porque cuando se apoderaron del Paladio Diomedes y Odiseo y lo llevaban hacia las naves, entonces quiso Odiseo que el honor fuera sólo suyo e intentó asesinar a Diomedes, que abría camino por delante con el Paladio. Pero él, al ver antes que la espada reflejaba su brillo como si fuera un espejo, lo detuvo, le ató las manos y mientras lo escoltaba lo iba golpeando con la parte plana de la espada. (
Zenobio Atos 3.8).

     También se decía que ambos habrían entrado a Troya por una cloaca, o que a la pareja de griegos -que eran tal para cual- les dio el Paladio directamente la sacerdotisa Téano, esposa de Anténor, pues, aunque troyanos, ambos eran partidarios de que Helena fuera devuelto a los griegos y así se acabaría la guerra (por eso luego no los mataron cuando tuvo lugar el saqueo de la ciudad; puede que incluso acabaran fundando las actual ciudades de Padua y Venecia, ahí es nada).

    ¿Se llevaron Odiseo y Diomedes el Paladio auténtico o uno falso?  Más bien parece que lo segundo: primero, porque los troyanos eran listos y sin duda tuvieron la precaución de sustituir la imagen del templo por una copia y guardar el original a buen recaudo; segundo, porque si no, habría sido imposible que se lo llevara Eneas, de manera que al cabo del tiempo lo encontremos depositado en el templo de Vesta, donde las vestales le rendían culto, pues la seguridad de la ciudad de Roma estaba ligada a su conservación.

Paladio (santuario de Minerva en Lavinio, s.V a.C.)

 

 

    Todos querían tener el Paladio. Hasta los atenienses afirmaban tenerlo, pues Diomedes se lo habría dado a Demofonte, quien a su vez se lo entregó a Búciges para que la llevara a Atenas, mientras él engañaba a Agamenón -que lo reclamaba para sí- con una reproducción exacta de la imagen. O bien Demofonte se lo había robado a Diomedes en Falero, uno de los puertos de Atenas, cuando en cierta ocasión en que el argivo cayó por allí y se puso a pelear con los atenienses por error.

    Visto lo visto, ¿quién no va a querer un Paladio? Aunque tocarlo con manos impías, como hizo Ayante el Locrio cuando se llevó a rastras del templo de Atenea a Casandra, que se había agarrado fuertemente a su estatua, conllevara después desgracias sin fin.

Ayante arrastra a Casandra en el templo de Atenea (Museo Arqueológico de Bolonia)



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La traducción de los textos de Apolodoro es de Margarita Rodríguez de Sepúlveda para la Biblioteca Clásica Gredos (Madrid, 1985); la de Zenobio Atos, de Rosa Mª Mariño Sánchez-Elvira y Fernando García Romero para la misma colección (Proverbios griegos, Madrid, 1999).

Las fotos son de Rosa Mariño CC-BY-NC-ND