miércoles, 25 de mayo de 2011

Heroínas VIII. Atenea y Ártemis, dos diosas de armas tomar

Ártemis y Atenea son las dos diosas cuyo comportamiento más se aleja del esperado y deseado por la mayoría de los griegos de la época clásica para las mortales de su sexo. Aún más que Afrodita, ya que ésta, al fin y al cabo, acepta el marido que se le impone (es verdad que también escoge amantes a su gusto, ya que es, entre otras cosas, la diosa de las heteras) y tiene hijos, mientras que aquéllas consiguen de Zeus, su padre, el privilegio de ser siempre vírgenes, rechazando el papel primordial de la mujer como “reproductora”.


Ártemis y Acteón

En el extremo contrario está Hera: es la protectora de las mujeres casadas (no del matrimonio, que incluiría también a los maridos) y por más que se enfade a causa de las continuas aventuras extramatrimoniales de Zeus y los hijos con los que va poblando el mundo  no deja de ser una esposa fiel,  paradigma a nivel divino de la mujer de una cultura patriarcal como la griega, en la cual, aunque haya nacido libre, nunca es ciudadana y depende primero de su padre, luego de su marido y, si éste falta, de su hijo mayor, y en ausencia de hijo varón y en caso de ser heredera, de tíos paternos o primos paternos.
Cuando Ixión se enamora de Hera y se atreve a mantener relaciones sexuales con una nube que tiene su forma, teniéndola por la diosa en carne y hueso (extraña unión de la que nacen extraños hijos, los centauros), Zeus lo castiga a sufrir un castigo eterno en el Tártaro.  Pero cuando Hera se enfada con Zeus porque él ha llegado al extremo de dar a luz él mismo (a Atenea, y luego repetirá su hazaña también con Dioniso, aunque en ambos casos hubiera existido previamente una madre, desaparecida de manera terrible –la una devorada; la otra, fulminada) y se toma la venganza por su mano (ella es diosa de igual rango al de su  hermano y marido) teniendo por su cuenta a Hefesto sin contar con Zeus, a ella le sale mal: frente a la bellísima Atenea que suscita pasiones nada más nacer, Hefesto resulta feo y cojo, y Hera, avergonzada, intenta esconderlo a la vista de los demás dioses tirándolo del Olimpo al mar (quizá de ahí le venía la cojera). En realidad, a Hefesto no le fue mal: lo criaron amorosamente las nereidas Tetis y Eurínome y a la primera, la madre de Aquiles, le mostrará siempre enorme reconocimiento. Luego, debido a varias circunstancias, Zeus lo casará con la más bella de las diosas, Afrodita (y ya antes había tenido por esposa a la más bella de las Gracias). Hefesto no tuvo hijos con Afrodita, pero sí con otras féminas, mientras que Afrodita tuvo un largo número de amantes, entre los que destacan Ares, Adonis y Anquises, padre de Eneas.




El Juicio de Paris, según Rubens (Eleanor Antin, 2007): Hera, convencional ama de casa; Afrodita, vampiresa; Atenea, una heroína guerrera del tipo "Lara Croft". La rubia Helena espera, con cierto fastidio, a ver qué pasa.

Afrodita es la diosa del amor, la sexualidad y la fertilidad, (había nacido de los genitales cortados de Urano, según Hesíodo) y como tal ha de ser disculpada en sus infidelidades, frente a Ártemis, la castidad en persona (por concesión de Zeus), poco sociable, amante de la caza y muy vengativa. Hermana gemela de Apolo, nada más nacer en la isla de Delos ayuda a su madre, Leto, en el parto de Apolo. Puesto que ella es la diosa que envía a las mujeres las fiebres que matan tras dar a luz, las muchachas griegas le ofrecían, antes de la boda, sus juguetes (debido a la temprana edad a la que se casaban, no era extraño pasar de las muñecas a los niños de verdad) y un rizo de sus cabellos, para que les perdonara la pérdida de la virginidad. Pasa la vida acompañada de las ninfas, que han de ser también vírgenes y si alguna, como Calisto, la pierde (aunque sea por engaño de Zeus que había tomado el aspecto de la propia Ártemis para aproximarse a la incauta joven), esto supone su muerte. Tampoco le gusta ser observada por varón alguno mientras se baña en un manantial del bosque, y así a Acteón le convierte en ciervo para que lo devoren sus propios perros de caza. Y venga una ofensa de Níobe a su madre -se jactaba de tener más hijos que Leto- matando a flechazos a sus seis hijas (mientras Apolo mataba a los seis hijos varones), o exige el sacrificio de Ifigenía, la hija mayor de Agamenón, por pronunciar éste palabras que no debía. 
Ártemis lucha con gran éxito en la Gigantomaquia y mata a Orión,  bien por desafiarla en el lanzamiento de disco, bien por intentar raptar a una de sus compañeras, o bien por tratar de violar a la diosa, según distintas versiones del mito. No extraña, pues, que sea el modelo de la arisca Atalanta y la divinidad protectora de las Amazonas, a las que se atribuía a veces la fundación de Éfeso, donde estuvo el más célebre templo de la diosa, donde se la veneraba como diosa de la fecundidad y se la representaba rodeada de senos (hay, de hecho, quienes piensan que Ártemis proviene de una diosa-madre primitiva que rechazaba un matrimonio monógamo, circunstancia que fue mal entendida como virginidad por quienes asociaban su pérdida  sólo con el matrimonio convencional).

Atenea, por su parte, es la “hija sin madre” (Zeus había devorado a Metis para evitar  tener con ella en el futuro un hijo que le destronaría), y nace directamente de la cabeza de Zeus armada y bailando una danza guerrera. Virgen también (aunque tuvo un hijo, Erictonio, nacido de una forma más que peculiar), lucha en la Gigantomaquia, ayuda a los griegos en Troya (desde que Paris le negó la manzana como premio a la diosa más bella, era hostil a los troyanos, pese a que ellos la honraban en un templo que albergaba una antiquísima imagen suya, el Paladio),  y colabora con su medio hermano Heracles, aportando a la fuerza bruta masculina su razón.
Atenea es una diosa muy compleja: mujer en apariencia y  asociada a las labores femeninas, en otras de sus facetas se relaciona, en cambio, con cualidades o actividades que se consideraban masculinas, como la sabiduría, la guerra, y la protección de ciudades y hombres. Se ha subrayado que cuando las relaciones entre una diosa y un mortal son de protección, generalmente la diosa es virgen (como si los hombres consideraran útiles y beneficiosas a las mujeres vírgenes, y destructivas a las sexualmente activas): así ocurriría con Atenea y sus protegidos, Odiseo, Heracles, Belerofonte y Aquiles; de manera similar, Ariadna, Nausícaa y Medea ayudaron a Teseo, Odiseo y Jasón. En cambio Circe y Calipso retendrían a los hombres con su atractivo sexual.

No quede sin mencionar la tercera de las diosas vírgenes, por concesión de Zeus, aunque pretendida por otros dioses: Hestia, pacífica e inmóvil diosa del hogar, venerada en todas las casas y templos, el centro de la morada de los dioses.

Un libro muy interesante: S. B. Pomeroy, Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres en la Antigüedad Clásica, Akal, Madrid 1987.

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