martes, 23 de abril de 2013

Breve historia de la transmisión de los textos literarios griegos



La transmisión de los textos antiguos que han llegado hasta nosotros ha pasado por innumerables avatares. En primer lugar, prácticamente no contamos con “originales” literarios de autores griegos anteriores al siglo VII d.C., con excepción de la obra del filósofo Filodemo, contemporáneo de Cicerón (s. I a.C.), que apareció en Herculano, una de las ciudades sepultadas por la erupción del Vesubio del año 79. Un caso excepcional es el papiro de Timoteo (450-360 a.C.), menos de un siglo posterior a su autor. Por otro lado, hasta el siglo XV la difusión de los textos se hizo mediante copias escritas a mano, de modo que ese enorme lapso de tiempo que se extiende entre la época en que la obra fue escrita y la invención de la imprenta (1453) ha provocado la introducción en el texto de multitud de errores, ya que toda copia implica faltas. Es tarea de la crítica textual intentar subsanar tales errores y ofrecer un texto lo más cercano posible al original. Pero la pretensión de reconstruir las palabras exactas de un autor es algo indudablemente utópico, y lo máximo a lo que podemos aspirar es a la reconstrucción de los llamados “arquetipos” (es decir, las ediciones más o menos oficiales de los autores clásicos que proceden en última instancia de los filólogos alejandrinos). Muy a menudo sólo es factible la reconstrucción más o menos fiable de los llamados “prototipos” (cabezas de serie de nuestros códices medievales).
 
 

Hasta el siglo III a.C., los textos literarios debieron de circular de mano en mano de forma bastante caótica, copiados previamente por quienes querían poseerlos (sabemos que en la Atenas de los siglos V y IV a.C. existía como negocio la venta de libros). La copia está sujeta a errores y  alteraciones, y una obra está condenada a su pérdida definitiva si ya no está al gusto de la época. El primer gran intento global de fijar textos canónicos y fiables tuvo lugar en el siglo III a.C. con el nacimiento de la Filología en Alejandría, cuyos fines eran recoger, fijar y transmitir la tradición literaria. Es verdad que algunos autores habían sido objeto de intentos anteriores de fijación, pero de forma aislada: por ejemplo, cuenta la tradición que los poemas de Homero fueron reunidos en Atenas en una “edición” oficial, por encargo de Pisístrato, en el siglo VI a.C. Y Licurgo en el año 330 a.C. mandó fijar en Atenas los textos de los trágicos en una “edición” oficial que evitara errores e interpolaciones de los actores, aficionados a veces a introducir versos de su propia invención. Quizá también Platón fuera editado por sus discípulos de la Academia, pero no sabemos si el texto que nosotros leemos en la actualidad procede de esta edición académica o de una posible edición alejandrina.

Con la fundación de la Biblioteca de Alejandría por obra de Ptolomeo I Soter a principios del siglo III a.C., se inicia una etapa decisiva en la transmisión de los textos griegos, que son sistematizados, purificados, editados y comentados por los primeros filólogos profesionales, a quienes se debe el texto base de toda la transmisión posterior. Los filólogos más destacados fueron Zenódoto, Calímaco, Apolonio de Rodas, Eratóstenes, Aristófanes de Bizancio, Aristarco y Dídimo.

Durante los siglos siguientes, que son los de la dominación romana, los textos establecidos por los alejandrinos son copiados sucesivamente, pero dos hechos van a resultar de enorme importancia en la historia de la transmisión de la literatura griega:


1. A partir del siglo I d.C. comienzan a perderse bastantes obras al extenderse el uso de antologías y selecciones para uso personal o en las escuelas (es época de decadencia cultural, y se buscaba el camino más corto hacia el saber).
2. El paso del rollo (volumen) al códice o libro (codex), semejante en su forma al actual y mucho más manejable que el rollo.
Al mismo tiempo, poco a poco el papiro (material de origen vegetal) va siendo sustituido por el pergamino (piel), más caro pero más duradero. Papiros en gran cantidad no han empezado a aparecer hasta el siglo XIX, gracias a que se han mantenido en buen estado en las condiciones de sequedad extrema propias de las arenas del desierto. Es cierto que los papiros nos han permitido, en ocasiones, recuperar textos que se habían perdido, como por ejemplo, los poemas de Baquílides, pero, aunque son generalmente más antiguos que los manuscritos, los papiros no necesariamente son mejores,  pues no contienen menos errores.

La etapa bizantina comienza, naturalmente, con la fundación de Constantinopla en el año 330. Durante muchos siglos es una época de gran decadencia en la enseñanza y la cultura, y la literatura griega apenas es conocida, sobre todo en Occidente. Esta situación acaba en Oriente en el siglo IX cuando se produce el llamado “primer renacimiento bizantino”. Tras el triunfo de los iconófilos, se renueva el interés por los clásicos y se inicia una febril actividad de copia de manuscritos, que ha salvado para nosotros buena parte de la literatura griega conservada. Otra novedad material importante que tiene lugar entonces es la transliteración de los manuscritos (metacarakthrismov"), es decir, el paso de textos en letra mayúscula (o uncial) a minúscula. Este “primer renacimiento bizantino” comienza con la reapertura de la Universidad Imperial de Constantinopla, a cuyo frente se sitúa León el Filósofo, y alcanza su punto culminante en la figura de dos eclesiásticos: el patriarca Focio y el arzobispo Aretas de Cesarea.
La actividad intelectual siguió siendo floreciente en Bizancio hasta la toma de Constantinopla por los Cruzados en el año 1204: durante el saqueo de la ciudad, muchos libros debieron de perderse y otros fueron traídos a Occidente. Sin embargo, hacia la mitad del siglo XIII comienza el “segundo renacimiento bizantino”, durante el cual resurge tras muchos cientos de años (desde los alejandrinos) la crítica textual y la edición de textos, generalmente comentados (destacando Planudes, Triclinio, Moscópulo y Magistro). Los manuscritos de esta época son los llamados recentiores, y su valor depende de algunas circunstancias, pudiéndose distinguir dos grupos:
1. copias de textos anteriores en minúscula, con más errores que aquellos, caso en el que sólo tienen valor si se han perdido sus “padres”;
2. manuscritos que son copia de nuevos ejemplares en mayúscula que fueron descubiertos y transliterados durante esta etapa de florecimiento filológico.

Finalmente, en 1453 los turcos toman Constantinopla y muchos eruditos bizantinos emigran a Occidente llevando consigo gran cantidad de manuscritos, si bien esta emigración de eruditos y la compra de manuscritos por parte de estudiosos occidentales había empezado ya al menos un siglo antes. La llegada de los sabios bizantinos consolidó de manera definitiva el resurgimiento de los estudios de griego en la Europa renacentista, movimiento que un siglo antes había iniciado Petrarca en Italia. Este resurgimiento coincidió además con la invención de la imprenta, que aseguró de manera definitiva la conservación de los textos griegos. Estos primeros libros impresos hasta comienzos del siglo XVI se llaman incunables (“en pañales”).




Bibliografía básica: Antonio Bravo García, "Las fuentes escritas de la cultura griega y su transmisión hasta nosotros", en Estudios Clásicos 81-82 (1978), pp. 11-40.

sábado, 13 de abril de 2013

Más gimnasia y menos cosmética...

        En Homero, Odisea XIII vv. 411-413, la diosa Atenea ordena a Odiseo, que acaba de regresar a Ítaca y va a tener que luchar por recuperar su trono, que vaya al encuentro de Eumeo, el fiel poquerizo, mientras ella en persona se dirige a buscar al joven Telémaco a Esparta, la tierra de hermosas mujeres (v. 412). Nadie olvide que espartana es la propia Helena, a cuya belleza se rinden todos los mortales.
  
       Unos siglos depués, el gran comediógrafo ateniense Aristófanes, comienza su obra Lisístrata (vv. 1 ss.) con la reunión que, ante la Acrópolis de Atenas, celebran mujeres de toda Grecia para decidir cómo pueden poner fin a la guerra ya demasiado larga que enfrenta a sus maridos. Entre ellas destacan la espartana Lampito y las atenienses Lisístrata, Cleonice y Mírrina. Cuando entra Lampito acompañada de dos muchachas desnudas, una beocia y otra corintia, así las saluda Lisístrata: ¡Hola, Lampito, queridísima Laconia! ¡Cómo reluce tu belleza, guapísima!, ¡qué buen color tienes, cómo rebosa vitalidad tu cuerpo! Podrías estrangular incluso un toro. Y la espartana responde, usando su dialecto local: Seguro que sí, así lo creo yo, por los dos dioses, pues me entreno en el gimnasio y salto dándome en el culo con los talones. Y concluye Lisístrata su bienvenida aludiendo, con admiración, a la turgencia de ciertas partes de la anatomía de la recién llegada: ¡Qué hermosura de tetas tienes!, mientras Cleonice resalta la "prominencia" (impresionante físico) de la corintia (v. 91-92).    

Corredora Vaticana,  copia romana de un original griego de ca. 460 a.C., que representa a una vencedora en los Juegos Hereos


       Atenas y Esparta representan en época clásica dos modelos diferentes de tipo de crianza que debía darse a las niñas y de las actividades a las que jóvenes debían consagrar sus esfuerzos hasta llegar al momento en que estarían en disposición de cumplir el destino que les estaba asignado de forma forzosa: tener hijos, y aún después, ya convertidas en madres (y, en Atenas, fieles esposas). Nos referimos ahora a las mujeres libres, con capacidad para transmitir la ciudadanía a los vástagos de sus maridos.

Preparativos de la novia- Museo de Tera

           El hogar es el reino de la mujer ateniense de los siglos V y IV a.C.  A la mujer le trae más honra recogerse en casa que vivir en la calle; para el varón, en cambio, es más vergonzoso permanecer en casa que ocuparse de los asuntos de fuera. Si alguien actúa contra los designios de la divinidad... es castigado por descuidar sus propias tareas o hacer las de su mujer.
       Son palabras de Jenofonte, que en su obra Económico, da, en boca de un tal Iscómaco y entre otros numerosísimos consejos sobre cómo debe de realizarse la administración del hogar, algunos avisos para la mujer decente, referidos a su físico.   No debe maquillarse para parecer más bella o  recurrir a zapatos altos para aumentar su estatura. Es como usar moneda falsa ( X 2-5). Para ser hermosa y estar sana, Iscómaco aconseja a su esposa que no esté siempre sentada, como una esclava, sino que procure  hacer algo en el telar, vigilar a las mujeres de la cocina, vigilar que todo esté en su sitio y lo más útil de todo, aplicarse con celo a ciertas labores domésticas (X 11-12): También dije que era un buen ejercicio humedecer y amasar la harina, y sacudir y doblar los vestidos y las mantas. Con tal ejercicio comerás con más apetito, gozarás de mejor salud y tendrás de verdad mejor color.


     Si en Atenas se  criaba a las niñas dándoles de comer de forma moderada y se les reservaba una vida apacible en casa, su constitución física y su salud tenían que sufrir, lógicamente, los efectos negativos de una alimentación escasa y de una actividad física reducida al mínimo, causantes de muchas muertes en la primera infancia y a consecuencia de partos, en madres con frecuencia extremadamente jóvenes. 




        En cambio, para conseguir los hijos robustos que el estado espartano necesitaba, en Esparta se nutría bien a las niñas y a las muchachas y se les hacía practicar los mismos ejercicios físicos que los hombres, quedando las tareas de la casa relegados a mujeres de clases inferiores. Se adiestraban y competían, según Plutarco, en carreras, lucha, disco, jabalina, y, en lugar de recibir una educación sedentaria y encerrada en el hogar, se dejaban ver por los muchachos incluso desnudas, y cantaban y danzaban en público. 

Espartana (ca. 520 a.C.)- Museo Británico


      A juzgar por las palabras que Aristófanes pone en boca de la ateniense Lisístrata, parece que se consideraba sanas y bellas a las espartanas, y a las que como ellas (corintias, beocias...) estaban bien alimentadas y ejercitadas.  Eso sí, teniendo en cuenta que el éxito de la propuesta de la heroina de la comedia, la ansiada paz, depende del pésimo estado físico y, por ende, psicológico en que llegarán a encontrarse sus maridos por culpa de la abstinencia sexual a que ellas les van a forzar, las griegas todas deben atender a las sugerencias de Lisístrata para lograr cuanto antes sus objetivos (vv. 149 ss.): quedarse quietecitas en casa, bien maquilladas, y pasear junto al marido vestidas sólo con una camisita transparente y el pubis depilado. Hasta la espartana Lampito tiene clara la efectividad de estas medidas (vv. 155-156): Por lo menos Menelao, cuando echó una mirada a los melones de Helena, que estaba desnuda, tiró la espada, creo yo.

      ¿Mujeres forzosamente de aspecto decente en la calle y atrevidas de puertas adentro? La comedia puede proporcionar un aspecto distorsionado de la realidad, pero nos lleva a pensar qué poco ha cambiado el mundo en algunos aspectos....

P.S. Sigo recomendando la traducción de Elsa García Novo para Lisístrata (Madrid, 1987).