martes, 21 de febrero de 2017

Teseo y familia

      La historia de Teseo está, al principio, llena de trabajos, y podemos admirarle como un joven héroe que arrostra cuantas fatigas le salen al paso; pero luego da la impresión de que su propia heroicidad se le sube a la cabeza y realiza algunas acciones muy poco ejemplares. Esta biografía no autorizada comienza desde antes de su concepción. Echa un vistazo a las viñetas y comprueba tus conocimientos al respecto.
   

 


(Egeo, rey de Atenas, fue a Delfos a consultar el oráculo debido a su esterilidad, pero la Pitia no le informó sobre de qué podría librarse si desistía de tener hijos. Ella le dio una respuesta sobre qué debía hacer para concebir, pero como Egeo no entendió a qué se refería, se dirigió a que su sabio amigo Piteo, rey de Trecén, se lo aclarara. Pero Piteo utilizó esa información para lograr que el futuro descendiente de Egeo fuese nieto suyo, uniéndole a Etra, su hija).



(Egeo  no esperó el nacimiento del niño, sino que regresó a a Atenas, dejando para él ciertos objetos bajo una pesada roca. Cuando Teseo tuvo fuerza para levantar la roca, cogió los objetos -una espada y una sandalias- y marchó en busca de su padre).



(Camino de Atenas, Teseo tuvo que realizar muchas hazañas y, después de ser reconocido como heredero de Egeo, siguió haciéndolas).


 
(Teseo fue invitado por Egeo en Atenas a un banquete en el que pensaba deshacerse de él, pues no sabía quién era,  pero el rey no se sorprendió por la escasa calidad de la comida, sino porque reconoció la espada que había dejado en Trecén para reconocer en el futuro a aquel hijo cuya crianza había encomendado, incluso antes de nacer, al abuelo Piteo).




(El Minotauro era el monstruoso hijo de Pasífae, la esposa de Minos, rey de Creta. Estaba encerrado en el tortuoso Laberinto construido por Dédalo  y comía carne humana. Teseo partió hacia Creta para liberar a los atenienses de la obligación de enviar allí periódicamente jóvenes -siete chicos y siete chicas, nos dicen algunas fuentes- destinados a ser devorados por el Minotauro, un cruel tributo impuesto por Minos, que había derrotado a Atenas en una guerra).




(Teseo consiguió la ayuda de Ariadna, hija de Minos, para matar al Minotauro y encontrar la salida del Laberinto -gracias al célebre ovillo de lana que ella le entregó y que el príncipe ató a la puerta de entrada para poder luego recorrer el camino inverso hacia allí, y también a la espada que le dio a escondidas, aunque algunas fuentes dicen que el Minotauro murió a puñetazos-. Luego, Teseo y los jóvenes salieron del Laberinto y emprendieron el regreso a Atenas).


(Teseo había prometido a Ariadna casarse con ella a cambio de su ayuda, pero luego, de camino a Atenas, la abandonó en la isla de Naxos. Sobre si lo hizo a propósito o no, existen variantes, pero en cualquier caso ella terminó casada con el dios Dioniso y Teseo olvidó cambiar las velas negras por velas blancas que indicarían a Egeo en la distancia que volvía con vida y el rey, sin esperar la confirmación de la noticia, se suicidó al no soportar la idea de que había perdido perdido a su único hijo).



(Teseo se covirtió en rey de Atenas. Después de haber tenido serios problemas en casa con dos de sus esposas, Antíope o Hipólita -una Amazona- y Fedra -hermana de Ariadna-, y con su hijo Hipólito, decidió que él y su amigo Pirítoo merecían tener como esposas a hijas de dioses y raptó a Helena para sí mismo; luego fue con Pirítoo al Hades a raptar a Perséfone, pero ambos quedaron presos en un banco del que no se podían levantar. Al final, Heracles arrancó a tirones del banco a Teseo, pero Pirítoo seguirá allí esperando).



(Cuando volvió a Atenas, Teseo se dio cuenta de que ya no contaban con él y se fue a la isla de Esciros, de donde era rey Licomedes, amigo suyo. Pero allí nuestro héroe murió despeñado. ¿Le empujó Licomedes? ¿Se cayó solo? Nunca lo sabremos).

martes, 14 de febrero de 2017

Tres poemas griegos de amor

     Se cierra el ciclo y nos encontramos una vez más ante el día comercialmente dedicado, en nuestro país y algunos otros, a los enamorados. Ya sabemos, naturalmente, que lo que importa de verdad no son los regalos, sino los sentimientos, aunque los antiguos también recurrieran a ellos sobre todo cuando sentían mucha presión de la competencia. Sin embargo, quienes nos interesan hoy son quienes tiene la capacidad de hablar de amor sin emplear palabras hueras y de conmovernos hasta lo más profundo.Son tres las perlas que hemos seleccionado para reflexionar sobre la pasión amorosa y el paso del tiempo, y sus autores, nuestros admirados Safo, Anacreonte e Íbico.

Me parece que es igual a los dioses
ese hombre  y cualquier otro que enfrente de ti
esté sentado y, cerca, mientras hablas dulcemente,
       te escuche,
 
y  tú sonríes llena de atractivo. Eso -te lo juro-
me ha sobresaltado el corazón dentro del pecho;
pues con sólo verte a ti un instante, no me sale ya
         decir ni una sola palabra,
 
sino que la lengua por completo se me ha quebrado y leve
al punto corre  el fuego bajo mi piel,
con mis ojos nada veo, me zumban 
          los oídos,
 
me chorrea el sudor, un temblor
me coge toda, más verde que la hierba
estoy, y a un paso de la muerte
         me parece a mí misma que me hallo.

Safo de Éreso,   Fr. 31 Voigt 













Una vez más, con su pelota purpúrea
me alcanza Amor, el de cabellos de oro,
y me invita a compartir juego
con una joven que calza sandalias de colores.


Pero ella, como es de la bien construida
Lesbos, mis cabellos,
como son blancos, los desprecia,
y abre su boca en pos de otros.


Anacreonte de Teos , Fr. 13 Gentili




Amor otra vez a mí, por debajo de unos párpados
oscuros mirándome lánguidamente con sus ojos,
con toda clase de embrujos me arroja
a las inextricables redes de la diosa de Chipre.

A fe que tiemblo ante él cuando ataca,
como cuando en la vejez carga con el yugo un caballo cargado de premios
y de mal grado va a la competición con veloz carro.



Íbico de Regio,  Fr. 287 Davies













Traducción: Fernando García Romero, De hombres y dioses. Antología de poesía lírica antigua (siglos VII-V a.C.), Madrid, Escolar y Mayo, 2015.