viernes, 27 de abril de 2012

¿Educación "privada" (Atenas) o "pública" (Esparta)?

        Empecemos aclarando que nuestro concepto actual de enseñanza pública o privada es diferente al que podría sugerir el título de esta entrada a quien desconoce por completo cómo era la educación en Atenas y en Esparta, que era, por otra parte, algo destinado casi exclusivamente a ciudadanos varones (el caso de la Lesbos de la época de Safo podría ser diferente).

       A principios del siglo IV a.C., el ateniense Jenofonte compara la crianza y educación de los niños  y las niñas en Esparta, establecida por un legislador mítico, Licurgo, como diametralmente opuesta a la de Atenas y el resto de Grecia (República de los lacedemonios I, 3-4 y II 1 ss.).


   
         Fuera de Esparta, los griegos que se enorgullecen de educar de la mejor manera posible a sus hijos, en cuanto los niños son capaces de comprender lo que se les dice, les ponen inmediatamente esclavos en calidad de pedagogos para que cuiden de ellos. También se dan prisa en enviarlos a la escuela para que aprendan letras, música y gimnasia. Les ablandan los pies poniéndoles calzado y el cuerpo cubriéndoles con mantos, y les dan de comer todo cuanto piden.



       La educación en ciudades como Atenas es, pues, un asunto completamente privado. El padre elige el maestro de su hijo y le paga de su bolsillo; un niño pobre sólo aprendería a leer. El varón pasaba su primera infancia en el gineceo, entre las mujeres, donde le amamantaba su madre o una nodriza y pasaba el tiempo jugando. Cuando ya tenía edad de ir a casa del maestro, aprendía, como hemos dicho, letras, música y gimnasia. El niño escribía primero con un punzón sobre una tablilla de madera cubierta de cera; luego, con cálamo y tinta sobre papiro. En casa, el pedagogo, un esclavo, repasaba con él la lección. Después de saber leer y escribir, empezaba a memorizar largos fragmentos de los grandes poetas, y aprendía aritmética con ayuda de un ábaco. La enseñanza de música y canto correspondía a un maestro especial, y se aprendía a tocar la cítara y un tipo de flauta, y, a veces, el arpa y el tambor.



     A partir de los doce años, los jóvenes atenienses empezaban a ir a la palestra, divididos en dos grupos: niños (de doce a catorce años) y jóvenes (de catorce a dieciséis) y totalmente desnudos practicaban sus ejercicios gimnásticos bajo la dirección del pedotriba.


      Licurgo, en cambio, ordenó que un alto cargo político de Esparta tuviera poder sobre los niños, observándolos y castigando con dureza al negligente. Estableció que los niños anduvieran descalzos, para que se les endurecieran los pies, que utilizaran un solo vestido en cualquier época del año para hacerlos capaces de soportar tanto el frío como el calor, y que comieran lo justo para ser esbeltos y altos, no gordos. Con esta severa educación, serían capaces de conseguir por sus medios todo lo que se necesita para vivir. Y cuando  los niños espartanos entraban en la adolescencia, Licurgo les impuso muchísimos trabajos, para no darles tiempo de holgazanear, disponiendo que los que no cumplieran con sus obligaciones, no tendrían ningún privilegio en el futuro. 
      La educación en Esparta es, pues, competencia del estado, y desde los siete años los varones están sometidos a una dura disciplina militar. El destino del varón es luchar en defensa de la patria, y el de la mujer dar hijos al estado.

      Por lo que se refiere a las niñas, cuya misión en la vida era, tanto en Atenas como en Esparta,  la de convertirse en futuras madres, fuera de Esparta se las criaba  dándoles de comer de forma moderada y sin condimentos, y prohibiéndoles beber vino (o, como mucho, mezclado con agua). Debían estar en casa, trabajando la lana y llevando una vida apacible. Licurgo pensaba, en cambio, que para confeccionar ropa basta con las esclavas y que para tener hijos robustos las niñas debían ejercitar su cuerpo igual que los varones, instituyendo también para ellas competiciones de velocidad y fuerza. Y  había, además, que alimentarlas bien.

viernes, 20 de abril de 2012

¿Ya no te basta con jugar a los dados?

      A propósito de la afición a los varones a los juegos de mesa (y de la educación de los niños en Grecia, nuestro tema de estos días), es muy ilustrativo un mimiambo de Herodas (El maestro de escuela 1 ss.), en el que un hijo y alumno poco modélico, Cótalo, asiste (imaginamos que horrorizándose por momentos) a la airada conversación que sostienen su madre, Metrotime, y su maestro, Lamprisco:

        Metrotime.- A éste (a Cótalo), desuéllalo de hombros abajo, hasta que el último soplo de su perra vida le quede a flor de labios. Mi casa, pobre de mí, me la ha saqueado jugando a las perras, porque, por lo visto, no tiene bastante con los dados, Lamprisco, y esto va cada vez de mal en peor. Escasamente sería capaz de decir dónde está la puerta del maestro... Ahora bien, el cuchitril en que habitan cargadores y esclavos fugitivos lo conoce como para enseñarlo a los demás. Y la desdichada tabilla que me tomo la molestia de encerar cada mes ahí está, huérfana, en el suelo, al lado de la pata de la cama, junto a la pared, salvo alguna vez en que, mirándola como si fuera el propio infierno, escribe en ella, sí, pero todo mal... Es que no sabe distinguir ni la alfa, a no ser que se le repita a voces lo mismo cinco veces... Y cuando, como niño que es, le mandamos recitar una tirada de versos yo o su padre, hombre ya mayor que anda achacoso del oído y de la vista, entonces va y lo dice como si le salieran las palabras de una perola agujereada: "A-p-o-l-o-c-a-z-a-d-o-r". ¡Desgraciado -le digo-, eso te lo podría decir la abuelita aunque es analfabeta!... Y si tenemos ganas de regañarle más, o se tira tres días sin saber nada del umbral de esta casa y , en cambio, deja pelada a la abuelita, que escasamente tiene para vivir, o se sienta en el tejado con las piernas estiradas, agachando la cabeza como un mono. ¡Figúrate cómo se me revuelven las tripas cuando le veo!


Aguilafuente- Tablillas de cera y punzones


      Lamprisco (a Cótalo).- ¿Ya no te basta con jugar a los dados... sino que frecuentas unos tugurios en los que juegas dinero con los cargadores? Te voy a dejar más modosito que a una niña; que no vas a mover ni una paja del suelo... ¿Dónde está el azote que se clava, el rabo de buey con el que pego a los traviesos y a los del pelotón de los torpes? Que alguien me lo ponga en las manos, antes de que empiece a toser y eche hiel por la boca.

Leptis Magna- Foro viejo- Tris


      Cótalo.- ¡No, no, Lamprisco! Te lo suplico por las Musas...; con el que clava no, pégame con el otro.

        Esta conversación es invención de Herodas, un autor griego del siglo III a.C, pero ¿cuántos padres en nuestros días habrán dicho alguna vez, refiriéndose a un hijo adolescente,  lo de "se me revuelven las tripas cuando lo veo"? Metrotime, que ha tomado sobre sus hombros la educación de su hijo (su esposo es ya un hombre mayor), es una madre muy real que se indigna el día treinta de cada mes cuando tiene que pagar al maestro por haber decidido que su hijo se dedique "a aprender las letras" en lugar de "a apacentar burros", que le iría mejor.  Y Cótalo, que se sabe mejor que los astrólogos cuándo es el día siete y el día veinte de cada mes porque, al estar dedicados a Apolo, eran festivos para los escolares, es también fiel reflejo de algunos alumnos que pueblan actualmente las aulas, bien conocidos por los profesores...  
       Afortunadamente ya no se pega a los niños.
       Por cierto, Cótalo recibe algunos azotes, sí, jurando y perjurando (¡cómo no!) que no volverá a hacerlo. Y, de la tunda, se cansa antes el maestro que la madre...
       ¿Por qué tenemos la impresión de que Cótalo seguirá jugando con los cargadores?


(La traducción es de J.L. Navarro, en Herodas, Mimiambos, Gredos, Madrid 1981)

martes, 17 de abril de 2012

¿Quién da la vez para el oráculo?


         Imaginemos una cola en la actualidad para conseguir cualquier cosa: realizar una gestión administrativa, reclamar una nota, recoger un paquete, adquirir entradas para un concierto, pagar la compra, ser atendidos por el médico... Dependiendo del carácter y, en gran medida,  de la edad de las personas que forman la fila, encontraríamos que la mayoría amenizarían el tiempo de la espera charlando con el de delante o el de atrás (tipo socrático), leyendo el periódico, escuchando música, o jugando con el móvil  o hablando con dicho artilugio con alguien que no está presente. Y, claro, mirando de forma torva si alguno dice que vuelve enseguida y que le guarden la vez...
          ¿Y qué harían los griegos y los romanos de aquellos tiempos antiguos cuando acudieran a consultar un oráculo si la espera se dilataba? No se atendía todos los días y se acumularían los consultantes. Además de tener que comprar alguna ofrenda, realizar un sacrificio o entretenerse, si había espectáculo, en el teatro, o con los mercaderes ambulantes, descartada por razones obvias cualquier tipo de actividad para la que se requiera un móvil, parece que, además de conversar u observar a los que por allí pasaran o esperaran también su turno, no estaba mal visto pasar el rato con juegos "de mesa", pero sin mesa, porque llevar una para apoyarse es poco práctico en estas circunstancias. Como si nosotros sacáramos una baraja o un tres en raya. ¿Y cómo se jugaba a juegos de mesa pero sin mesa? Pues grabando el tablero en el suelo, o en la piedra de las escalinatas exteriores del propio templo en el que uno esperaba sentado, y llevando sólo las fichas (a veces simples guijarros de formas o colores diferentes). Más simple, imposible, y parece que no se consideraba "vandalismo", a juzgar por las muchas incisiones realizadas en  lugares muy dispares de la geografía antigua: en el Foro, la Basílica Julia y el templo de Venus en Roma,  el Foro de Leptis Magna, en el Partenón de Atenas, el templo de Apolo en Dídima, en asientos de anfiteatros, de teatros... Está claro que no sólo en espera de una consulta al dios se podía aprovechar un ratito para jugar... Y para apostar, si se terciaba.

            De distintos tipos de juegos que gustaban a los romanos tenemos buenos ejemplos en el templo de Apolo antes mencionado, uno de los más célebres santuarios oraculares del dios en la Antigüedad (junto con Delfos, Delos y Claros):



          El juego más simple de mesa conocido era el tris, con una estructura más o menos complicada. En su forma más simple consistía un cuadrado dividido en sentido horizontal y vertical con al menos dos líneas que se cortan en un punto. Según Ovidio, cada jugador tiene que tener  tres fichas y vence quien consigue poner todas sus fichas en la misma línea. El juego se complica añadiendo más líneas transversales. Había que jugar con gran rapidez, para lograr ganar en un error del contrario.

         Otra posibilidad de entretenimiento podía consistir en copiar sobre la piedra alguno de los motivos ornamentales que se encontraran a la vista, como los meandros que se ven, junto a un tablero de tris,  en el suelo a la derecha de la imagen, también en el templo de Dídima:




         O hacer dibujitos con comentarios (a veces de carácter religioso), incluso con "faltas de ortografía", sin que falte nuevamente el básico tris:



o  hablar con la columna a la que se agradece la sombra que proporciona, como sucede en el templo de Ártemis en Sardes:




         Este tipo de  manifestaciones de la vida cotidiana, llenas de espontaneidad (en realidad no tan espontáneas, ya que imagino que se tardaría un tiempo en realizar las incisiones en piedras duras) nos acercan a aquellos hombres (las mujeres siempre han tenido muchas más cosas que hacer que pasar el rato en la calle jugando con fichas) que ocupaban como podían su tiempo de ocio o espera, y nos hace sentirnos como si acabaran de irse de allí hace un momento.

         No somos tan distintos. Aunque ahora, quien daña un edificio  público o privado, puede recibir una multa, si es sorprendido in fraganti . Con razón.



(Para los juegos de todo tipo, no sólo de mesa, practicados en la Antigüedad recomiendo el libro de
M. Fittà, Giochi e giocattoli nell´Antichità, Milán 1997).