martes, 31 de mayo de 2011

Heroínas XI. Penélope, Clitemestra, Helena: mujeres en nada inferiores a sus maridos

La sociedad descrita por Homero refleja claramente un sólido sistema de valores patriarcales. En una atmósfera de fiera competencia entre los hombres, las mujeres son vistas como premios en las contiendas y botín en las conquistas, y su posesión aumenta el prestigio de los varones. A las mujeres se las valora por su belleza y sus dotes personales, y la lucha por una mujer valiosa puede provocar entre los hombres peleas a muerte. Basta con recordar a Helena y los hasta noventa y nueve pretendientes que pidieron su mano, dispuestos a todo por conseguirla.

Paris y Helena (J. L. David 1788)

Clitemestra (J. Collier 1882)
Pero debemos tener en cuenta que, aunque ellas debían ser monógamas, frente a la poligamia habitual en los varones, las mujeres no eran consideradas inferiores o incapaces de hacer nada más que administrar una casa y tener hijos: cuando Agamenón y Odiseo parten a Troya, quienes quedan como gobernantes de sus reinos son sus esposas: Clitemestra y Penélope, ambas pertenecientes a la familia real espartana, como Helena, que en nada es inferior a su esposo, Menelao. Una razón importante para el matrimonio era también la importancia política y económica del suegro (y sigue siéndolo a día de hoy en muchas culturas); no en vano Menelao, nacido en Micenas, fue rey de Esparta por su matrimonio con Helena, hija de Leda, esposa del rey Tindáreo.


En la mitología, Penélope es el paradigma de esposa fiel que guarda la casa y espera pacientemente el regreso de su marido pese a que hayan pasado veinte años desde que se fue de Ítaca (y aunque él tarde tanto a causa de, entre otras razones, los años pasados alegremente con Circe y Calipso); Clitemestra es lo contrario: la adúltera que finge recibir con alegría al esposo para conducirlo engañado a la muerte (aunque Agamenón no haya dudado en sacrificar a su hija Ifigenía por ser el jefe supremo de los griegos que marcharon a Troya y regrese de allí trayendo al hogar conyugal una joven concubina); y Helena, raptada por Paris, es la “perra” que ha provocado la muerte de un sinfín de hombres (aunque hubiera sido el premio que Afrodita entregó al príncipe troyano a cambio de la manzana destinada “a la más bella”, y, muerto Paris, se convierta en esposa de uno de sus cuñados, Deífobo).

Penélope y su hijo, Telémaco (escifo ático 450 a.C.)

Pero como en la mitología griega podían existir sin más problema versiones divergentes sobre los mismos personajes (no hay revelación divina alguna), a propósito de las heroínas mencionadas queremos destacar dos: sobre Helena, que nunca fue a Troya, sino que estuvo todo el tiempo que duró la guerra en Egipto, ya que lo que Paris se llevó era solamente una nube con el aspecto de Helena fabricada por Hera (que estaba furiosa con el troyano por no darle la célebre manzana) o por Zeus (que quería provocar una guerra), y sobre Penélope, que, lejos de mantener a raya a los ciento veintinueve pretendientes que la apremiaban a escoger nuevo esposo porque Odiseo tenía forzosamente que estar muerto (la guerra había acabado hacía diez años y de él no se sabía nada), había tenido relaciones con todos ellos. Así se invertirían los papeles: la fiel Helena, la infiel Penélope.

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