martes, 31 de diciembre de 2013

Feliz 2014

       Termina el año 2013, y nos ha dejado abiertos unos cuantos frentes. Entre ellos, sigue sin crearse empleo (sobre todo para jóvenes),  sin renovarse para bien nuestra clase política, sin aprobarse una ley de educación que genere esperanzas razonables de mejora para nuestros alumnos, que son los ciudadanos del futuro. Por eso, traigo hoy a esta despedida de 2013 y bienvenida del 2014 por un lado a la Quimera de un cuerpo y tres cabezas (serpiente, macho cabrío y león), y por otro al grácil y alado Pegaso, que lleva sobre sus espaldas a un Belerofonte armado de lanza que promete ponerle las cosas difíciles al monstruo, por más que el tiempo intente escamotearnos al héroe.


Mértola. Mosaico de Belerofonte. Imagen: Rosa Mariño (CC BY NC ND)

         Sea Belerofonte el año que se abre ante nosotros, y Pegaso, nosotros mismos, uniendo esfuerzos para pasar de una vez página y conseguir un futuro mejor para todos. 

         Salud, trabajo y suerte. Y, si se ponen a tiro, dos exposiciones monstruosas que tienen mucho que ver: Mostri. Creature fantastiche della Paura e del Mito, en el Palazzo Massimo alle Terme de Roma (hasta el 1 de junio) y Las Furias. De Tiziano a Ribera, en el Museo del Prado de Madrid (del 21 de enero al 4 de mayo).


domingo, 29 de diciembre de 2013

Una expedición fallida a Naxos

      A los persas, les salió mal la expedición que emprendieron en 499 a.C. contra la fértil isla, tal como nos cuenta Heródoto en el libro V de su Historia (31 ss.) y puede verse en este enlace: Naxos. Iba a convertirse en la base de operaciones para hacerse dueños de las Cícladas y de la más lejana y grande Eubea, pero los naxios estaban preparados y acabó saliendo demasiado caro permanecer en la isla hasta vencer la resistencia de los isleños, por lo que los persas les dejaron en paz... hasta el 491 a.C.

Naxos, Templo de Apolo. Imagen: Rosa Mariño (CC BY NC ND)
       La isla es realmente una joya, tanto en vegetación como en paisajes, y su queso (graviera) una delicia para el paladar. En sus tierras se ubica el lugar en que Ariadna, que había ayudado a Teseo a salir del Laberinto, fue abandonada por él durante el viaje de regreso a Atenas, y donde, a continuación, se convirtió en esposa del dios Dioniso. También quedan restos de un bello templo de Demeter, diosa a la que la isla debía su fertilidad.


Ano Sangri, Templo de Demeter. Imagen: Rosa Mariño (CC BY NC ND)

        Tampoco hay que perderse en Naxos los enormes  kouroi inacabados o rotos de Apóllonas y Flerió, que siguen tumbados en las mismas canteras de las que iban a salir para convertirse en ornato de algún lugar de culto.

Apóllonas. Imagen: Rosa Mariño (CC BY NC ND)


martes, 24 de diciembre de 2013

Samos y sus tres maravillas

Imagen: R. Mariño (CC BY NC ND)
       Podría pensarse, no sin razón, que la primera maravilla de Samos es haber tenido por hijo nada menos que a Pitágoras, un "samio universal", conocidísimo al menos por su teorema, o bien haber sido la cuna de Coleo, el primer griego del que sabemos que anduvo por tierras de la Península Ibérica.

     También cabría pensar que otra maravilla debió de ser el anillo  de oro y esmeralda obra de Teodoro de Samos, valiosísima posesión de Polícrates, arrojado por este tirano al mar para seguir el consejo que le había dado su amigo Amasis, faraón egipcio: tras hacerse con el poder, Polícrates  sumaba tantos éxitos uno tras otro en todo lo que emprendía que Amasis le recomendó que, para evitar la envidia de los dioses,  se deshiciera de la más valiosa de sus posesiones: su sello. 

      Pues ni Pitágoras ni el anillo; según nos informa Heródoto en el libro III de su Historia, las tres maravillas de Samos fueron tres obras públicas de muy altos vuelos, capaces de aumentar el esplendor de la corte y dar trabajo a los artesanos : el túnel de Eupalino bajo el monte Ámpelo, de más de 1.200 metros de longitud y casi dos metros y medio de alto y ancho, acueducto que servía también para salir huyendo de la ciudad en caso de necesidad; la escollera que protegía el puerto, de más de 300 metros de larga y al menos 35 metros de profunda; y el templo de Hera, de más de cien metros de largo por cincuenta y seis de ancho, y ampliado después de haber sido arruinado por un incendio, actualmente Patrimonio de la Humanidad.

        Restos de estas tres maravillas son aún visibles en la verde isla, y pueden verse en este enlace: Samos.

Túnel de Eupalino- Imagen: R. Mariño (CC BY NC ND)

lunes, 9 de diciembre de 2013

Tera (Santorini)

     Santorini (Σαντορίνι), la isla bajo la advocación de una santa que ha recibido en la historia diversos nombres (Θήρα -Tera-,  Στρογγύλη -Redonda-, Καλλίστη -La más bella-), muestra en su propia forma de media luna los devastadores efectos de la tremenda explosión volcánica que tuvo lugar en  torno al 1600 a.C. Ha sido considerada por algunos la Atlántida, la isla rica y poderosa tragada por un cataclismo de la que habla Platón en dos de sus diálogos: Critias y Timeo, pero se trata simplemente de un mito, tan efectivo como otros creados por el filósofo.


Firá- Imagen: Rosa Mariño (CC BY NC ND)

       Quines ahora la visitan lo hacen generalmente llevados no por sus riquezas (aunque de ellas hay buena muestra en los museos), sino por su belleza espectacular, con acantilados de roca oscura o rojiza con los que contrastan  sus coloridas casas e iglesias, asomadas a un mar de azulísimas aguas.

Ía (Santorini)- Imagen: Rosa Mariño (CC BY NC ND)


   

sábado, 7 de diciembre de 2013

Safo de Lesbos: como el viento que arremete a las encinas...

      En este enlace a Safo, podemos intentar penetrar en su mundo por medio de sus palabras, conservadas de manera fragmentaria tal vez a causa del juicio moral que en ya en tiempos antiguos se hizo de ella, y asociándolas a los lugares que tuvo tal vez ante sus ojos o en su imaginación: su isla natal, Lesbos, en la que florecieron las ciudades de Ereso, donde nació, y la hermosa Mitilene, además de Antisa (patria del poeta Terpandro) y Petra; también la muy próspera ciudad de Sardes, en Lidia, cuyo río, el Pactolo, arrastraba oro, porque allí residían muchas de las amigas de Safo tras contraer matrimonio; el Epiro, región por la que transcurre el río Aqueronte, relacionado con el mundo de los muertos y, por ende, el cese de los sufrimientos que afligen a los tristes mortales, y, finalmente, la isla de Léucade, donde algunas noticias antiguas situaban el suicidio de Safo, al no ser correspondida por el joven Faón. 



     

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Coche prestado, percance casi asegurado...

       Eso es lo que no sabía el adolescente Faetonte, un hijo de Helios, el Sol, que se había criado con su madre, Clímene, sin que ella le revelara quién era su padre. Cuando finalmente lo hizo, Faetonte pidió a Helios que diera ante el mundo una muestra inequívoca de su relación con él, cumpliéndole un deseo. Helios juró concedérselo por la Estigia (gran error, pues es juramento inviolable), y por eso se vio forzado a dejarle conducir por un día el carro de oro y plata obra de Hefesto con el que realiza el recorrido por la bóveda celeste, desde el amanecer hasta el ocaso, cuando le toma el relevo Selene, la Luna. 



     Faetonte comenzó el recorrido con un carro que ni Zeus se atrevería a conducir, pero no le sirvieron de nada los muchos consejos que su padre le había dado sobre cómo controlar a los cuatro caballos que echan fuego por la boca y las narices (cuesta arriba aún se podría contenerlos, pero cuesta abajo se desbocan) y sobre el camino que debía seguir (ni muy alto ni muy bajo). Al llegar a las alturas, los caballos se van por donde quieren, calentando el frío norte. Faetonte no sabe dónde está y se asusta, y baja entonces tan cerca del suelo que quema árboles, campos, ciudades, personas, Europa, África y deja oscurecida la piel de los que vivían en la región que recibió de este hecho el nombre, Aithiopía, Etiopía ("rostro quemado"). Zeus decidió terminar con tales desastres y, desde lo alto del Olimpo, lo fulminó, cayendo su cuerpo sin vida al río Erídano.

    Las hermanas de Faetonte, las Helíades, le lloraron con tanta intensidad que acabaron convertidas en álamos y sus lágrimas, en ámbar. Pero hay una versión por ahí que cuenta que ellas habían provocado la muerte de Faetonte al darle el carro y los caballos de Helios sin permiso de su padre.

     Si Faetonte hubiera conocido la historia de Ícaro, muerto por desobedecer a su progenitor, tal vez habría hecho caso a Helios y pedido otra cosa distinta a conducir un vehículo con demasiados caballos... Se habría evitado el primer accidente de tráfico de la historia (o, viceversa, el primer accidente de aviación).

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(Lectura recomendada: Ovidio, final del libro I y principio del libro II de Las Metamorfosis).