jueves, 23 de octubre de 2014

Mediterráneo: del mito a la razón

         Hasta el 5 de enero de 2015 podrá visitarse en CaixaForum Madrid la exposición Mediterráneo: del mito a la razón, en torno a la cual se han programado un ciclo de conferencias, otro de cine, conciertos y, en diciembre, un seminario ("Mediterráneo: mitos y viajes"). Existe la posibilidad, además, de realizar una visita guiada a esta muestra que reune ciento sesenta y cinco obras de arte griegas y latinas, procedentes de diversos museos europeos.

El rapto de Europa (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles)

          El propio título ya indica el objetivo que se persigue: mostrar cómo en el siglo VI a.C., algunos filósofos griegos de Jonia y la Magna Grecia (como Tales, Heráclito, Anaximandro, Anaxímenes, Jenófanes y, más tarde, Empédocles)  dejaron de creer había que buscar en los mitos la explicación de la existencia del universo y la atribuyeron a la acción de los cuatros elementos primordiales: agua, tierra, aire y fuego.  Los relatos fantásticos relacionados con los viajes de Odiseo, Jasón y Heracles por el Mediterráneo (ese mar en torno al cual los griegos se asomaban como ranas en torno a una charca)  también habían dejado paso a las observaciones realizadas por los que partían en busca de nuevas tierras para asentarse durante el período de la gran colonización, aunque los hombres asumieran las virtudes de los héroes míticos. Por otra parte, el interés de la filosofía se centrará, a partir de Sócrates y su escuela, en el hombre, un ser social, que desarrolla su vida en el ágora (aunque estén excluidos de la ciudad democrática las mujeres, los extranjeros y los esclavos). El espacio humano se ordena, el mundo se urbaniza y se veneran nuevos valores como la paz, la justicia y la prosperidad. A partir de Platón el alma representa lo más valioso del ser humano y su inmortalidad plantea más dudas sobre qué hay después de la muerte. 


 
La Academia de Platón (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles)
   
       Con el tiempo, la fortuna de Grecia correrá pareja a la del Imperio Romano, en el que van introduciéndose nuevos dioses -Isis, Mitra, Sabacio, Jesús- más comprensivos con las flaquezas humanas que los despiadados dioses olímpicos, lo que explica que lograran gran número de adeptos. Nada de esto nos suena lejano: la influencia de la cultura grecolatina se extiende hasta nuestros días y en muchos aspectos nos encontramos más cerca de ella de lo que podría parecer a primera vista. Esta exposición nos invita a pensar, precisamente, en esta pervivencia.

Eros y Psique (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles)


domingo, 12 de octubre de 2014

Instituciones políticas y sociales de Esparta

          Una de las frases más célebres relacionadas con Esparta es la que, según Plutarco (Lacaenarum Apophthegmata 241f), dirigió una madre espartana a su hijo cuando, al partir a la guerra, le entregó el escudo: ἢ τὰν ἢ ἐπὶ τᾶς (o éste, o sobre éste). Debido a su tamaño y peso, en caso de darse a la fuga lo más indicado era tirarlo, luego la pérdida del escudo era muestra de falta de valor. En cuanto a lo segundo, además de para proteger el cuerpo, el escudo servía para retirar sobre él del campo de batalla a los heridos o muertos.  Una madre espartana prefería, pues, un hijo muerto heroicamente a un cobarde vivo. En Esparta únicamente estaba permitido poner el nombre sobre una tumba si el difunto era un espartano caído en combate o una espartana al dar a luz. Y la ciudad no necesitó murallas durante muchos siglos, pues, según sentencia atribuida por Plutarco al rey Agis, le bastaba con  sus hombres.  ¿Cómo se había llegado a esta situación en que la única razón de la existencia de un individuo era servir a su patria, tan diferente de la de Atenas y otras ciudades de Grecia?


      Situada en el corazón de la región de Laconia, a orillas del río Eurotas y a los pies del Taigeto, conocemos por Homero la existencia de una próspera Esparta (o Lacedemonia) aquea, y sobre todo a dos de sus reyes, Tindáreo y su yerno Menelao, marido de Helena.

Menelao amenaza a Helena (Imagen: R. Mariño CC BY NC ND)

        La ciudad fue más tarde incendiada, durante una invasión de la región de Laconia atribuida a los dorios, con los que surgió la doble realeza propia de este estado. Tras lograr dominar este territorio, se lanzaron en el siglo VIII a la conquista de la vecina región de Mesenia y convirtieron en siervos a sus habitantes. En el siglo VII a.C. Esparta alcanzó un gran auge artístico y literario, pero en el siglo VI, tal vez debido a un alarmante aumento en número de sus siervos y por temor a la propia supervivencia de la clase social dominante mucho menos numerosa (se calcula que  los siervos llegaron a ser 220.000 tras la conquista de Mesenia), la ciudad se sometió a la severa constitución atribuida a Licurgo y quedó fosilizada y convertida en una especie de campamento militar, con la población dividida en las siguientes clases sociales:

- Los iguales (ὁμοῖοι)  eran considerados los descendientes de los dorios que llegaron como invasores a Esparta y sometieron a la población que vivía allí. Eran los únicos con derechos de ciudadanía, para lo cual debían ser hijos de padres con este derecho y poseer riquezas suficientes para participar en la sisitía (συσσιτία) o comida común de quince varones, recibiendo una educación especial a cargo del estado. Servían a la ciudad como hoplitas (soldados de infantería).

- Los periecos (περίοικοι, literalmente, que viven alrededor ) eran los habitantes libres de Laconia y regiones vecinas, descendientes de los aqueos o de pobladores más antiguos, que ejercían de artesanos, industriales o comerciantes. No tenían derechos políticos, pero eran dueños de sus bienes, servían en el ejército como hoplitas, e incluso ocupaban cargos importantes en la marina, debiendo pagar una contribución al Estado, pero les estaba prohibido casarse con una espartana. Tenían esclavos propios (no hilotas) con los que podían cultivar tierras cedidas por el Estado.

- Los hilotas (εἵλωτες) eran los antiguos habitantes de Laconia y Mesenia sometidos, propiedad del Estado y obligados a cultivar las tierras de los particulares. Tenían que pagar una renta anual en cebada, vino y aceite. En el ejército, servían como remeros o arqueros. El Estado podía liberarlos, sobre todo como recompensa por los servicios prestados en el ejército, convirtiéndose en neodamódeis (νεοδαμώδεις, literalmente, recién admitidos por el pueblo) con capacidad de poseer bienes personales.

- Entre los iguales  y los periecos se encontraban los inferiores (ὑπομείονες), espartanos caídos en desgracia por carecer de fortuna,  por quedar privados de sus derechos de ciudadanía o por ser hijos ilegítimos. Su situación debía ser similar a la de los periecos.

      Un ciudadano espartano, un igual, se criaba y educaba para el Estado y para ser un buen hoplita. Al nacer, lo examinaban los ancianos de la tribu. Si era fuerte, se le devolvía a la familia para que lo criara la madre; si no merecía la pena la crianza, se le abandonaba en el Taigeto. Entre los siete y los veinte años le educaba el Estado, sin ningún tipo de comodidades, dándole  un fuerte entrenamiento físico y militar, para inculcarle las virtudes militares y cívicas. A los veinte años entraba a formar parte de una συσσιτία, agrupación formada por quince hombres que comen juntos, y comparten tienda en las campañas militares, contribuyendo cada uno a la comida. Su obligación era casarse, lo que hacían en torno a los treinta años, y entonces ya podían formar parte de la asamblea de los espartanos. Las niñas espartanas, por su parte, recibían una buena alimentación y entrenamiento atlético, para que se convirtieran en el futuro en mujeres sanas, madres de esos hoplitas al servicio del Estado espartano que infundían temor en toda Grecia.

Leónidas ( Imagen: R. Mariño CC BY NC ND)


        La constitución política de Esparta se basaba en una diarquía; los dos reyes tenían derecho a declarar o suspender la guerra, a concertar tratados y a recibir una parte importante del botín de los saqueos. También ellos formaban parte de una συσσιτία, aunque tenían ración doble a cargo del Estado. Si bien al principio iban ambos a la guerra, luego lo habitual era que uno permaneciera en la ciudad. El Colegio de los Éforos (ἔφοροι, o vigilantes) estaba formado por cinco magistrados elegidos anualmente por aclamación. Su cometido era vigilar la conducta de los reyes y los ciudadanos y la educación de los niños. Estaba en sus manos la política económica y recibían a los embajadores extranjeros. El Consejo de Ancianos  (γερουσία, Gerusía) estaba formado por veinticinco ancianos más los dos reyes. Era un cargo vitalicio. Los éforos eran quienes convocaban a este Consejo, con jurisdicción sobre los delitos de sangre y con facultad para imponer penas de muerte o destierro. La Gerusía elaboraba las propuestas que se presentaban a la Apela (Ἀπελλά), de la que formaban parte los iguales casados mayores de treinta años.


La actual Esparta con el Taigeto al fondo (Imagen: R. Mariño CC BY NC ND)

       Esparta tenía gran necesidad de sus ciudadanos, por lo que a diferencia de otras ciudades no se lanzó a fundar colonias. La excepción fue Tarento, en el sur de Italia, donde enviaron, en el 706 a.C., a los nacidos en la ciudad durante la larguísima primera guerra mesenia, coniderados hijos de madres espartanas y de hilotas.

Tarento (Imagen: R. Mariño CC BY NC ND)