sábado, 22 de junio de 2013

El banquete de los feacios

      Desde que leí por primera vez en griego y  con mayor detenimiento que hasta entonces La Odisea, me ha llamado la atención el hambre de la que con frecuencia se quejaba Odiseo ("dejadme cenar -dice a los feacios- aunque siga afligido, pues no hay nada más perro que el vientre maldito -οὐ γάρ τι στυγερῇ ἐπὶ γαστέρι κύντερον ἄλλο ἔπλετο- que me hace pensar en él por grande que sea mi dolor", Od. VII 216 ss.) y que llevaba a sus compañeros hasta el extremo de matar y devorar las vacas sagradas de Helios, que iban a ser causa de su ruina ("cualquier muerte -dice Euríloco- es odiosa a los pobres humanos, mas nada tan horrible, en verdad, como hallar nuestro fin por el hambre", Od. XII 340 ss.).

     Los que nunca hemos sufrido naufragios ni calmas chichas, sino que cuando accedemos a un barco, lo normal es que disponga, sino de varios restaurantes, al menos de un pequeño bar con bebidas y algo para entretener el estómago, no podemos entender aquello de vender algo valioso por un plato de lo que sea. Y, desde luego, no hay nada más valioso para vender que la propia vida.


       Por eso, cuando los compañeros de Odiseo nos hemos embarcado con él en la ruta de vuelta al hogar, íbamos bien provistos de víveres y poniendo un atento cuidado en que ningún ser viviente nos los arrebatara. Aunque sucumbiéramos un rato a los narcóticos efectos del loto, aunque cayéramos de nuevo en el engaño de Circe y recuperaráramos más tarde nuestra forma humana, de mayor estatura ahora, la comida no se alejaba ni un palmo de nuestras manos.



      Hemos presenciado cómo las almas de los difuntos acudían a la llamada de Odiseo y animado a Calipso a que dejara marchar de una vez al triste héroe, cansado de tantos paseos. Finalmente, hemos tenido la suerte de sentarnos a su lado en el banquete en el que por fin se aviene a narrar  sus fatigas a quien las quiera escuchar.


  

        El sol se había puesto ya tras el horizonte cuando nos hemos despedido de Odiseo, que partía, ahora sí, sin más desvíos, derechito a Ítaca. Los pretendientes no saben, seguro, que les queda bien poco que festejar.

jueves, 13 de junio de 2013

Si emprendes el camino a Ítaca

      Mi mansión está en Ítaca, insigne en el mar.

   Son palabras de Odiseo, que lleva veinte años casi fuera de su tierra, a los feacios  cuando decide al fin revelar su identidad (Odisea IX, 21). Pero cuando llega a la isla, lo hace dormido y no le resulta tan fácil reconocerla.

      Si Odiseo se despertara ahora, esto es lo que encontraría: Ítaca.


martes, 11 de junio de 2013

Arquíloco de Paros: ¿escorpión o héroe?


    Autor de elegías y yambos, cuya vida transcurre en el siglo VII a.C., la época de las grandes colonizaciones, Arquíloco de Paros es un personaje difícil de encuadrar, puesto que la tradición, a partir de textos fragmentarios suyos, faltos de un contexto en que ubicarlos, hacía de él un mercenario hijo de una esclava y  de un tal Telesicles, colonizador de la isla de Tasos, un calumniador que utilizaba sus agresivos, mordaces y obscenos versos para atacar a sus enemigos,  mientras que en su isla, Paros, era considerado un héroe local protegido por los dioses e inspirado por las Musas, introductor de los cultos dionisíacos, y padre de innovaciones en música y poesía, y le rendían culto en un Archilocheion construido en su honor por mandato de Apolo. La suya habría sido una vida dedicada a la guerra,  muriendo, precisamente, en lucha contra los habitantes de la vecina isla de Naxos, y a su asesino, un tal Calondas, alias "El Cuervo", el dios Apolo, en Delfos, le habría ordenado salir del templo por haber dado muerte a un servidor de las Musas.

 Los temas de su poesía son variados: el amor, el desamor, el vino, la guerra, los dioses, la muerte, la pobreza, la injusticia...

Aquí puede verse una selección de fragmentos ilustrada con imágenes de los lugares que en tiempos fueron testigos de su actividad:       Arquíloco.