domingo, 29 de mayo de 2011

Heroínas IX. Espartanas, mujeres libres de toda tutela paternal y conyugal

En Esparta, de acuerdo con la constitución tradicionalmente atribuida al legendario legislador Licurgo (entre 800 y 600 a.C.), la tarea más importante de las mujeres era traer hijos al mundo, sin los cuales era imposible el mantenimiento de un estado en el que el número de espartiatas (los homóioi, o “iguales”, la clase dominante) era muy inferior al de la población hilota dominada. Es muy significativo que, en una sociedad en que lo colectivo prima sobre lo individual, no se inscribiese sobre las tumbas el nombre del difunto más que en caso de ser varón muerto en la guerra o mujer al dar a luz.
Para conseguir los hijos robustos que el estado necesitaba, a diferencia de lo que se hacía, por ejemplo, en Atenas, en Esparta se nutría bien a las niñas y a las muchachas y se les hacía practicar los mismos ejercicios físicos que los hombres, quedando las tareas de la casa relegados a mujeres de clases inferiores. Se adiestraban y competían, según Plutarco, en carreras, lucha, disco, jabalina, y, en lugar de recibir una educación sedentaria y encerrada en el hogar, se dejaban ver por los muchachos incluso desnudas, y cantaban y danzaban en público.


E. Degas, Jóvenes espartanas desafiando a sus compañeros , c. 1860
Se criaba a todas las niñas nacidas, pero sólo a los niños sanos. El estado no tenía interés en conocer quién era el padre real del niño, sino sólo en que fuera ciudadano. No se castigaba el adulterio y se promovía el matrimonio con fines reproductivos, castigando a los varones solteros para forzarles a casarse. Hasta los treinta años el marido no podía vivir con su esposa, sino sólo verla secretamente, porque Licurgo pensaba que los hijos serían más fuertes si el deseo de los padres era fuerte también. Si el matrimonio no era fértil, quedaba disuelto y dejaba abierta la posibilidad de contraer otro nuevo. Siempre era, además, posible que una mujer joven casada con un anciano tuviese hijos con otro hombre a gusto del anciano, y que un hombre tuviera hijos con otra mujer que le gustara si el marido de ella consentía. Lo que Licurgo pretendía era que los hijos no fueran propiedad de los padres, sino un bien común de la ciudad, y descendientes de los mejores, no de cualquiera.

Bronce de procedencia espartana, ca. 550 a.C. Muchacha que corre, "enseñando los muslos" (como a las que alude Íbico)
En Esparta, el matrimonio se llevaba a cabo raptando a la mujer, que no debía ser una niña, sino estar ya en la plenitud de la vida. La joven raptada era entregada a una mujer (nympheútria, literalmente, “la que conduce a la novia a casa del esposo”) que le cortaba el pelo al rape, la vestía de hombre y la dejaba sola y sin luz en una cabaña alejada; el novio abandonaba su cena en común con los jóvenes de su edad, se reunía con la novia, consumaban el matrimonio y regresaba de nuevo a dormir con sus compañeros. Esta especie de “clandestinidad” llevaba incluso, según Plutarco, al extremo de que un marido hubiera tenido hijos antes de ver a su esposa a plena luz. Hay quienes piensan que, en el caso de las muchachas, este peculiar rito nupcial era un rito de iniciación, con inversión de papeles.
La ausencia larga de los maridos a causa de sus obligaciones militares fue, con el tiempo, aumentando la libertad de vida de las mujeres, y las ricas propietarias comenzaron a  emplear cosméticos,  lujosas joyas, perfumes, ropas teñidas…, todo lo que Licurgo les había prohibido, y a desempeñar funciones políticas en la ciudad. Por ello Aristóteles, en su Política, las hizo responsables del relajamiento en la disciplina y de la degeneración del estado espartano ideal que ya era visible en los siglos V y IV a.C.

Lecturas recomendadas:
Claude Mossé, La mujer en la Grecia clásica, Nerea, Madrid 1990.
Sarah B. Pomeroy, Diosas, rameras, esposas y esclavas.  Mujeres en la Antigüedad Clásica, Akal, Madrid 1987.
Jenofonte, República de los lacedemonios.
Plutarco, Vida de Licurgo.
Aristóteles, Política.

También es muy recomendable y divertido ver la visión que proporciona el autor cómico Aristófanes de las espartanas en la Lampito de su Lisístrata.

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