sábado, 25 de marzo de 2023

La estatua más deseada: el Paladio

     El Paladio era una escultura del tipo que conocemos con el nombre de xóanon, una antiquísima imagen caída del cielo que garantizaba la integridad de la ciudad que lo guardaba y rendía culto.

      “La historia acerca del Paladio es así: dicen que cuando nació Atenea fue criada por Tritón, cuya hija era Palas. Las dos se ejercitaban en el arte de la guerra y en una ocasión riñeron. Palas estaba a punto de golpear a Atenea, pero Zeus, temeroso, interpuso su égida, y cuando Palas sorprendida miró hacia arriba, cayó herida por Atenea. Ésta, muy afligida, fabricó una imagen semejante a Palas, le cubrió el pecho con la égida que ella había temido, y colocándola al lado de Zeus la veneró. Más tarde Electra, en el momento de su ultraje, buscó refugio junto a la imagen, y Zeus arrojó el Paladio y a Ate al país ilíaco. Ilo construyó un templo y le dio culto.” (Apolodoro 3.12.3)

    Ilo, el héroe fundador y epónimo de Troya (Ilión), consideró que la caída del Paladio era una señal de que los dioses aprobaban la fundación de la ciudad, aunque ya un oráculo le había dado toda clase de pistas:

    “Ilo fue a Frigia, donde se celebraban  unos juegos organizados por el rey, y venció en la lucha; recibió como premio cincuenta muchachos e igual número de  muchachas, y el rey, obedeciendo a un oráculo, le dio también una vaca moteada y le dijo que fundara una ciudad en el lugar donde aquella se tendiese; por eso la siguió. Cuando la vaca llegó a la colina llamada de Ate, en Frigia, se acostó. Allí  Ilo fundó una ciudad que llamó Ilión. Habiendo suplicado a Zeus que le mostrase algún signo, con el día vio delante de su tienda, caído del cielo, el Paladio: tenía tres codos de alto y los pies unidos; en la mano derecha la lanza enhiesta y en la izquierda la rueca y el huso.”

 

Diomedes sujeta el Paladio (Villa de Tiberio en Sperlonga, ss.I a.C.-I d.C.))


      Los griegos, que llevaban años y años asediando Troya sin el menor éxito, consiguieron saber que hacerse con el Paladio era uno de los requisitos necesarios para tomar la ciudad:

    “Cuando Calcante dijo que Héleno conocía los oráculos que protegían a la ciudad, Odiseo, mediante una emboscada, lo hizo prisionero y lo condujo al campamento. Héleno fue obligado a decir cómo se podría tomar Ilión: lo primero si traían los huesos de Pélope, segundo si Neoptólemo luchaba a su lado, y tercero si el Paladio, caído del cielo, era robado, pues mientras estuviera dentro la ciudad sería inexpugnable.” (Apolodoro, Ep. 5.8)

    Conociéndole, no nos extraña que Odiseo decidiera en el acto ir a robarlo. Lo hizo en compañía de Diomedes, pero no está muy claro cómo sucedieron las cosas. Según Apolodoro Ep. 5.14, Helena echó una mano a Odiseo (se conocían al menos desde que él fuera uno de los pretendientes de ella, y además era el marido de su prima Penélope):

    “Odiseo fue de noche hasta la ciudad con Diomedes, dejó a éste esperándolo y mientras él, desfigurado y vestido con ropas humildes, entró inadvertidamente en la ciudad como mendigo; allí fue reconocido por Helena, y con su ayuda, tras dar muerte a gran número de los que custodiaban el Paladio, lo robó y con Diomedes lo llevó a las naves.”

    Pero en otras versiones el mérito es de Diomedes. Al escalar la muralla o los muros del templo de Atenea, Diomedes se subió sobre los hombros de Odiseo, pero luego no le ayudó a encaramarse, porque quería toda la gloria para él, así que de camino de regreso al campamento griego tuvo lugar un hecho muy poco edificante que dio origen a un proverbio:

    «Necesidad de Diomedes». A propósito de quienes hacen algo por obligación. Lo menciona Aristófanes en Ranas 150. Porque cuando se apoderaron del Paladio Diomedes y Odiseo y lo llevaban hacia las naves, entonces quiso Odiseo que el honor fuera sólo suyo e intentó asesinar a Diomedes, que abría camino por delante con el Paladio. Pero él, al ver antes que la espada reflejaba su brillo como si fuera un espejo, lo detuvo, le ató las manos y mientras lo escoltaba lo iba golpeando con la parte plana de la espada. (
Zenobio Atos 3.8).

     También se decía que ambos habrían entrado a Troya por una cloaca, o que a la pareja de griegos -que eran tal para cual- les dio el Paladio directamente la sacerdotisa Téano, esposa de Anténor, pues, aunque troyanos, ambos eran partidarios de que Helena fuera devuelto a los griegos y así se acabaría la guerra (por eso luego no los mataron cuando tuvo lugar el saqueo de la ciudad; puede que incluso acabaran fundando las actual ciudades de Padua y Venecia, ahí es nada).

    ¿Se llevaron Odiseo y Diomedes el Paladio auténtico o uno falso?  Más bien parece que lo segundo: primero, porque los troyanos eran listos y sin duda tuvieron la precaución de sustituir la imagen del templo por una copia y guardar el original a buen recaudo; segundo, porque si no, habría sido imposible que se lo llevara Eneas, de manera que al cabo del tiempo lo encontremos depositado en el templo de Vesta, donde las vestales le rendían culto, pues la seguridad de la ciudad de Roma estaba ligada a su conservación.

Paladio (santuario de Minerva en Lavinio, s.V a.C.)

 

 

    Todos querían tener el Paladio. Hasta los atenienses afirmaban tenerlo, pues Diomedes se lo habría dado a Demofonte, quien a su vez se lo entregó a Búciges para que la llevara a Atenas, mientras él engañaba a Agamenón -que lo reclamaba para sí- con una reproducción exacta de la imagen. O bien Demofonte se lo había robado a Diomedes en Falero, uno de los puertos de Atenas, cuando en cierta ocasión en que el argivo cayó por allí y se puso a pelear con los atenienses por error.

    Visto lo visto, ¿quién no va a querer un Paladio? Aunque tocarlo con manos impías, como hizo Ayante el Locrio cuando se llevó a rastras del templo de Atenea a Casandra, que se había agarrado fuertemente a su estatua, conllevara después desgracias sin fin.

Ayante arrastra a Casandra en el templo de Atenea (Museo Arqueológico de Bolonia)



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La traducción de los textos de Apolodoro es de Margarita Rodríguez de Sepúlveda para la Biblioteca Clásica Gredos (Madrid, 1985); la de Zenobio Atos, de Rosa Mª Mariño Sánchez-Elvira y Fernando García Romero para la misma colección (Proverbios griegos, Madrid, 1999).

Las fotos son de Rosa Mariño CC-BY-NC-ND

     

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