miércoles, 12 de febrero de 2014

Dos leones, tres manzanas y un jabalí: Atalanta, Meleagro e Hipómenes

      El mito de Atalanta ejemplificaba, para los griegos,  lo que ocurre cuando cuando una joven se niega a aceptar una institución básica que define la condición de los seres humanos en el mundo instaurado por Zeus: el matrimonio. Ella opta por vivir en un espacio masculino. La actitud atípica y rebelde de un adolescente (varón o mujer) no puede acabar bien.   


       Atalanta fue abandonada de niña en el monte Partenio (nombre relacionado con el término griego párthenos, “virgen”) por un padre (el arcadio Yaso o el beocio Esqueneo, emigrado a Arcadia, según diferentes versiones) que sólo quería hijos varones. Una osa la amamantó y se crió entre cazadores. Se dedicaba a la caza, sabía defenderse sola (mató a dos centauros que intentaron violarla), veneraba a la virginal Ártemis y no deseaba en absoluto casarse, a diferencia de lo que se esperaría de una mujer. 

     Cuando Atalanta tuvo noticia de que se estaban concentrando en el palacio de Eneo, rey de Calidón, un gran número de héroes para dar caza a un monstruoso jabalí que había enviado por Ártemis,  ella también se dirigió allí.  A muchos de los presentes les disgustaba que participara en la cacería una mujer, pero Meleagro, el hijo del rey, ya se había enamorado de ella y ansiaba tener un hijo de tal madre, aunque estuviera casado.

     Después de pasar nueve días disfrutando de la hospitalidad del Eneo, los cazadores congregados en Calidón partieron en busca del jabalí.  Atalanta fue la primera en alcanzarle con una flecha; el segundo en herirle, esta vez en un ojo, fue Anfiarao y el que le remató a cuchillo fue Meleagro, haciéndose de esta manera merecedor de los despojos del animal como trofeo. Pero Meleagro se los entregó de buen grado a Atalanta, por lo que los tíos de aquél se enfurecieron al considerarse, como parientes más próximos, dueños del trofeo en caso de que su sobrino renunciase a ese honor. Meleagro, furioso, los mató y este hecho provocó su propia muerte: en efecto, a poco de nacer, las Moiras (diosas del destino) habían vaticinado a Altea, su madre, que el niño viviría en tanto no se consumiese del todo un tizón que ardía en el hogar. Altea lo retiró rápidamente, lo enfrió y lo guardó en un cofre, pero al enterarse de lo que su hijo había hecho a sus hermanos (tíos del joven), echó al fuego el tizón. Meleagro murió y Altea, arrepentida, dio fin a su vida ahorcándose.

       Atalanta fue acogida, ahora sí, en la casa de su padre, pero seguía resistiéndose al matrimonio (el motivo no está claro: ¿por imitar a Ártemis?, ¿por temor a un oráculo que le advertía que acabaría mal?), y retaba a sus pretendientes a una carrera, en la que les daba ventaja, pero con la condición de que si perdían, ella los mataría con una lanza, tal como hizo con muchos jóvenes. Pero cuando se presentó como candidato  Hipómenes (o Melanión, un primo hermano de Atalanta), el joven llevaba las manzanas de oro del santuario de Afrodita en Chipre -o del Jardín de las Hespérides, regalo de la diosa Gea a Hera. Las manzanas son el engaño con que Afrodita responde a la violencia guerrera de Atalanta. Cada vez que la cazadora iba alcanzarle en la carrera, Hipómenes tiraba una manzana que ella se paraba a recoger. Así la venció (tal vez ella se dejó vencer, al gustarle el pretendiente) y se convirtió en su esposo.



       Pero Atalanta seguía sin encerrarse en casa, y  pasaba el tiempo en el monte, con su esposo, dedicados ambos a la caza, hasta que cometen el error de mantener relaciones sexuales en el interior de un templo de Cibeles (o de Zeus). Por eso recibieron el castigo de ser transformados en leones (símbolo de la frialdad sexual). Pero gracias a esta metamorfosis (que no aparece antes de Ovidio) su fama trasciende fronteras, de tan fotografiados que son en Madrid tirando del carro de la diosa  en el centro de la plaza que lleva su nombre y asociados a las victorias de cierto club de fútbol de la capital.



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