miércoles, 15 de diciembre de 2010

Sófocles, Antígona: la familia contra el Estado; las leyes no escritas contra el poder.


           Sófocles, Antígona            (442 a.C.?)        

Antígona e Ismene
  

Los dos hijos varones de Edipo habían llegado a un acuerdo por el que se turnarían periódicamente en el trono de Tebas, pero cuando llega el momento de hacerlo, Etéocles se niega a entregar el poder a Polinices y éste conduce un ejército contra su propia ciudad. Cuando ambos hermanos se matan uno a otro, de acuerdo con los conceptos del derecho griego estaba permitido negar a Polinices la sepultura en su tierra natal, pero  podía ser enterrado fuera de sus fronteras; en cambio, el nuevo rey, Creonte, hermano de Yocasta y tío de Edipo, va más lejos: coloca guardias junto al cadáver para que lo destrocen los perros y las aves de rapiña y que se pudran sus restos al sol, dando muestra de una arrogancia tiránica, que no respeta más ley que la suya: que nadie le llore ni entierre, o será condenado a morir por lapidación pública, mientras que Etéocles será enterrado con todos los honores.
Antígona, su sobrina, desobedece la orden por dos veces, sin que su hermana, Ismene, se atreva al principio a ayudarla: en su primera salida de la ciudad logra cubrir con polvo a su hermano muerto; en la segunda, es hecha prisionera y llevada ante Creonte. Ella afirma que ha cumplido una ley inquebrantable y no escrita de los dioses, que ordena enterrar a los muertos y no se arrepiente de ello; Creonte ve peligrar su autoridad ante una mujer y la condena a morir de hambre encerrada en una caverna  o cámara sepulcral, y es conducida allí.
 Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, la defiende inútilmente; también la ciudad condena la sentencia y el adivino Tiresias revela al rey que horribles presagios muestran que los dioses están irritados y que su obstinación es una insensatez, pero Creonte le acusa de haberse dejado sobornar y Tiresias le maldice: Creonte pagará con su propia carne el ultraje a los derechos del muerto.
Temeroso de la maldición, el rey manda liberar a Antígona, pero es demasiado tarde: ella se ha ahorcado,  Hemón se ha suicidado junto a ella y la esposa de Creonte, Eurídice, al saberlo, entra en el palacio y se mata tras maldecir a su esposo.  Solo y derrotado queda Creonte, reconociendo tarde su error. Así lo proclama el corifeo: la cordura es el primer paso hacia la felicidad. No hay que cometer impiedades para con los dioses. Las palabras arrogantes de quienes se jactan en exceso, enseñan en la vejez la cordura a fuerza de golpes.

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