viernes, 16 de marzo de 2012

Deja de ser un mujeriego...

          De Pánope a Eutibulo:
         Eutibulo, cuando tú me tomaste por esposa yo no era una mujer marginada ni de oscuro origen, sino, por el contrario, el fruto de unos dignos progenitores. Ellos concertaron contigo un compromiso matrimonial de su hija y heredera para la procreación de hijos legítimos. Pero tú, por darle gusto a la vista y haberte entregado a todo género de placeres amorosos, me has deshonrado a mí y a nuestras hijas, y te has enamorado de una extranjera a quien acogió el Pireo para desgracia de sus amantes. Tú, deseando desplazar a codazos a tus rivales, le envías algún objeto de oro, ya que tienes constancia de que eres demasiado maduro para ella y de que estás casado desde hace muchos años, así como de que eres el padre de unas hijas que no son precisamente unas niñas pequeñas.
       Deja de ser un libertino y un mujeriego. En caso contrario, has de saber que me marcharé a casa de mi padre, quien, por supuesto, no me mirará con malos ojos y te denunciará ante la justicia por malos tratos.


La vida de las mujeres, en un mosaico de Túnez

          En Grecia se perseguía únicamente el adulterio de la esposa, no del marido. El texto anterior es un extracto de una de las Cartas de Alcifrón, un autor tardío. En el siglo II a.C. una mujer podría  pedir cuentas al marido por su mal comportamiento conyugal, pero en la Atenas del siglo V sólo se conocen tres casos de divorcios instados por esposas, en cuyo caso era necesaria la mediación del padre o de un pariente varón.  Hipareta, la esposa del noble Alcibíades, se hizo famosa por marcharse de casa y pedir el divorcio al magistrado al que debía recurrir, pero el caso terminó cuando él la recondujo a casa a la fuerza sin que nadie lo evitara.



         En la Atenas clásica, el adulterio era severamente castigado, y el varón era considerado legalmente culpable, mientras que la mujer era considerada parte pasiva. El marido de una mujer adúltera o violada tenía que divorciarse de ella. En este caso, la mujer ya no podría participar en ceremonias públicas o llevar joyas, y muy probablemente no volvería a encontrar marido. Los hijos quedaban, naturalmente, con el padre El castigo por violación (una multa en dinero) era inferior al castigo por seducción, que implicaba una relación más larga en la que el seductor accedía, por medio de su amante, a las posesiones del marido, por lo que éste podía incluso matarle. Las mujeres estaban siempre bajo la custodia de un hombre: padre, marido, hijo, pariente varón o tutor. Un padre podía disolver el matrimonio de su hija, ya que lo que se tenía en cuenta a la hora de concertar un matrimonio eran razones de índole política o económica, y no era extraño que los novios se conocieran el día de la boda. Y en las familias poderosas de Atenas, era frecuente el matrimonio entre parientes.

Paradigma mítico de la adúltera, según sus detractores: Helena de Esparta


         En época helenística, y en algunas ciudades, ya muchos matrimonios se hacían por deseo de ambos contrayentes y era posible que la mujer se divorciara y  que los hijos permanecieran con la madre, aunque el padre debía mantenerlos, ya que era él quien solía quedarse con las propiedades comunes. Una mujer podía incluso hacer constar en el contrato matrimonial la prohibición de traer al hogar una segunda esposa, o una concubina o amante joven, tener hijos con otra mujer, etc. El mundo empezaba a ser distinto, y en ciudades como Esparta había muchas mujeres ricas, aunque en Atenas ellas seguían sin emanciparse legal o económicamente.

Dos escuelas filosóficas propuganaban la emancipación: la epicúrea y la cínica. El ejemplo más conspicuo fue el de la filósofa cínica Hiparquia, la mujer de Crates, que se jactaba de haber empleado su tiempo en educarse en lugar de trabajar en el telar.


Paradigma mítico de la esposa fiel: Penélope, ante el telar, con su hijo
        

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