viernes, 17 de mayo de 2019

Grande es la Ártemis de Éfeso

         Allá por el año 1863, un arquitecto británico que estaba trabajando en la construcción de una línea ferroviaria en Turquía, John Turtle Wood, dejó todo para concentrarse en la búsqueda del Templo de Ártemis (Artemision) de Éfeso, considerado por los antiguos como una de las Siete Maravillas del Mundo. 

          La ciudad de Éfeso había sido fundada por griegos entre los siglos X y IX a.C. y llegó a tener 250.000 habitantes. Su época de mayor esplendor se extendió entre el siglo II a.C. y el III de nuestra era. Buena parte de su prosperidad se basaba en los ingresos procedentes del comercio (su puerto era el más importante de aquel lado del Egeo) y del turismo relacionado con el Artemision, que albergaba un xóanon (estatua de madera) de la diosa. Tan arraigado estaba su culto que cuando Pablo de Tarso llevaba más de dos años por allí anunciando al dios verdadero (Hechos de los Apóstoles  19, 23-40), pues -afirmaba- no son dioses los hechos por manos de hombres, un platero llamado Demetrio organizó, azuzando a los de su profesión, un motín contra quien hacía peligrar los ingresos que obtenían de la venta de reproducciones en plata del templo de la diosa, además de desacreditarlo. Entre gritos de "¡Grande es la Artemisa de los efesios!" se llenó de una multitud muy enardecida el teatro de la ciudad, y durante dos horas continuó repitiéndose la misma alabanza a la diosa. Los discípulos de Pablo le disuadieron de ir allí a calmar a aquella turbamulta, hasta que el secretario de la ciudad lo logró recordando a los exaltados efesios que no había de qué preocuparse, pues todo el mundo sabe que la ciudad de Éfeso es la guardiana de la gran diosa Ártemis y de su estatua bajada del cielo, y si los plateros tenían quejas de Pablo y sus discípulos y compañeros, se quejaran ante las autoridades competentes.

El teatro de Éfeso, con el mar al fondo
        En esos momentos era impensable que llegara el día en que quienes sufrieran persecución por parte de los cristianos fueran los adoradores de Ártemis, una diosa tan arraigada en aquellas tierras de Anatolia, pero llegó.

Ártemis Efesia en mármol, de época romana

          Turtle Wood tardó seis años en encontrar el períbolo del Artemision, pero el sensacional hallazgo quedó deslucido pocos meses después por el anuncio de Schliemann de que había encontrado nada menos que Troya. El templo de Ártemis, que había pasado en su larga historia por múltiples avatares e incluso un incendio intencionado por parte de un desequilibrado que quería lograr de este modo que su nombre se recordase por siempre (y por eso ahora no lo nombramos), estaba completamente enterrado bajo el limo ya en el siglo X, pues no se encontraba lejos de la desembocadura del río Caístro, necesitado de frecuentes drenajes para permitir que los barcos amarraran al puerto. Ya en los siglos IV y V era casi imposible. Hoy, el puerto cegado se halla a cinco kilómetros de la línea de costa. Poquísimo queda ya del templo de la gran diosa, y entre los que contribuyeron a ello se encuentra Juan Crisóstomo, Obispo de Constantinopla, quien a comienzos de siglo IV ya se había llevado de Éfeso lo más valioso del templo. Parte de sus materiales acabaron en Santa Sofía.

La unica columna alzada del Artemision

Fotografías de Rosa Mariño CC, BY, ND
     

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