Hasta el 24 de julio se encuentra en cartel, en la Sala Pequeña del Teatro Español, la versión de Jaime Siles sobre Los Persas de Esquilo (con licencias justificadas y un final -para mi gusto- sorprendente, freudiano, innecesario, propio de "película americana" y que cambia radicalmente el prisma desde el que se debe enfocar el personaje de Atosa, que resulta, en su primera aparición, una Mater Dolorosa que encubre otra personalidad dominante y fatal). Está dirigida por Francisco Suárez, para quien: "en esta obra, Esquilo nos habla de las guerras como algo innecesario, si no fuera por los perversos intereses económicos de las cancillerías, y, enseñándonos a saber acatar las normas ciudadanas para preservar el orden democrático, frente a la tiranía y la injusticia." Lo que Siles se ha propuesto es "ser fiel a las propiedades poéticas del lenguaje de Esquilo, adaptarme a las exigencias de la dramaturgia de Francisco Suárez y a su estética y política interpretación, sabedor, como soy, de que sólo así los clásicos son siempre contemporáneos."
Seis magníficos actores, un suelo cubierto de arena, una mesa de metacrilato que sirve también de tumba, tres sillas, unas cuantas copas de cristal y un "copón" más grande, algunas velas, cerezas, humo y dos pantallas (en las que se proyectan imágenes del mar encrespado y de los sucesos violentos vividos recientemente en Túnez, Egipto y Libia, donde Gadafi encarna al nuevo Jerjes, alternativa a los más habituales nazis, como sugiere la fotografía seleccionada para el cartel publicitario), bastan -junto con la enorme proximidad de los actores al público- para conseguir el ambiente sobrecogedor que exige una catástrofe militar y humana de tamañas dimensiones y la aparición, desde ultratumba, de la sombra de Darío.
La mezcla de lo que evoca lo antiguo y lo moderno en estética e imaginería, vestuario, música y danza resultan muy efectivos, y comparto la idea de que hay que actualizar la tragedia para que conserve su efectividad (y especialmente para representar a Esquilo, con los cantos corales ocupando la mayor parte de las piezas y poco movimiento escénico, tal como hizo Carmen Portacoeli en su Prometeo Encadenado, en cartel hasta el pasado mes de enero). Han pasado casi dos mil quinientos años, pero, como bien dijo Sófocles y en esta obra se nos recuerda: "muchas cosas son asombrosas, pero ninguna lo es más que el hombre." Aunque para la muerte no haya encontrado escapatoria.
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