domingo, 12 de mayo de 2019

Del Mediterráneo a Laponia. La historia de San Nicolás.


Nicolás nació en torno al año 270 en  Patara, ciudad en la costa licia que formaba parte del Imperio Romano y gozaba de gran prosperidad gracias a su puerto (no en vano llegó a convertirse en la segunda ciudad más importante de Anatolia tras Éfeso). Era la suya una familia adinerada, y cuando sus padres murieron de peste contraída al cuidar enfermos, heredó una fortuna que puso a disposición de los necesitados, yéndose a vivir a la no lejana ciudad de Mira, donde fue consagrado obispo de una manera bastante peculiar.



El obispo de Mira había fallecido, y quienes tenían que nombrar sucesor no lograban ponerse de acuerdo, así que decidieron que ocuparía el cargo el primer sacerdote que entrara en el templo, y ése fue precisamente Nicolás (ya lo había ordenado sacerdote su tío en Patara). Hasta su muerte en Mira un 6 de diciembre de entre los años 345 y el 352, Nicolás tuvo tiempo de realizar numerosos milagros, sufrir una persecución en época de Domiciano, participar en el concilio de Nicea para refutar y abofetear a Arrio, quien negaba el dogma de la divinidad de Cristo, y perseguir el arraigadísimo culto en su ciudad a la diosa Ártemis. Su popularidad le convirtió en el primer santo cristiano no mártir, con el nombre de San Nicolás de Mira, y en 550 ya tenía iglesia propia en Roma. En el siglo XI sus restos mortales fueron llevados de su iglesia en Mira a Bari para mantenerlos a salvo de los ataques de los sarracenos, y por eso se le venera también en occidente como San Nicolás de Bari. 



De entre los muchos milagros que se le atribuyen (como calmar tempestades salvando la vida de marineros, resucitar a tres niños que habían muerto tras caer de un árbol o sacrificados para dar de comer a los clientes de un posadero, ayudar a tres jefes militares condenados injustamente a muerte por el emperador, o librar a su tierra de una hambruna) destaca el que realizó en Patara para ayudar a las tres hijas de un rico que se había arruinado y estaba dispuesto a prostituirlas. Para evitarlo, Nicolás echó en la habitación donde aquel dormía durante tres noches otras tantas bolsas (o zapatos) llenos de monedas de oro, con lo que las jóvenes pudieron salvar su honra. Otra versión indica que echó las monedas por la chimenea y cayeron en unas medias de lana que ellas habían dejado secándose al calor. Zapatos o medias de lana: ya sabemos por qué hay que tenemos que acordarnos de ponerlos si queremos que San Nicolás nos traiga regalos, el 5 y 6 de diciembre en unos países y la noche del 24 al 25 del mismo mes en otros, porque es él quien está detrás del que conocemos también como Santa Claus o Papá Noel, que no son otros que el mismo personaje.



Cuando los holandeses fundaron en 1626 Nueva Ámsterdam (rebautizada por los ingleses como Nueva York en  1664) se llevaron allí a Sinterklaas, representado como un anciano muy serio, con barba blanca y vestido de blanco y rojo y con mitra en la cabeza (como es normal en un obispo), y su fiesta se celebraba entre el 5 y el 6 de diciembre. 

Allá por 1809, el escritor Washington Irving escribió un relato humorístico y satírico titulado Historia de Nueva York contada por Dietrich Knickerbocker, en el que deformó el nombre de Sinterklaas en Santa Claus, mientras que en 1863 adquiere el aspecto que mantiene todavía, con gran barba y entrado en carnes, por obra de las tiras navideñas que para la revista Harper´s Weekly hizo el caricaturista germano-estadounidense Thomas Nast

En 1926, la Lomen Company -una empresa de Alaska que se dedicaba a la exportación de carne de reno a Estados Unidos-, en colaboración con los almacenes Macy´s encargó una campaña publicitaria para difundir su producto, presentando  a  Santa Claus en un trineo tirado por renos en varias ciudades de Estados Unidos, como Boston, Chicago, San Francisco y Seattle y tuvo enorme éxito. No creemos que la posibilidad de servir de reclamo para aumentar el consumo de carne de reno haga muy feliz al popular Rudolph, nacido en 1939 gracias a la fantasía de Robert L. May, quien escribió una historia de Navidad como regalo para los niños que acudieran a los almacenes Montgomery Ward. El protagonista era un reno de nariz roja, porque la hija de May adoraba a los renos del zoo de Chicago, que vino a sumarse a los ocho renos que ya tiraban del trineo de Santa Claus según un poema de Clement Clarke Moore, Una visita de San Nicolás (1823).


La campaña publicitaria de Coca Cola encargada a Haddon Sundblom en 1931 por Coca Cola para aumentar sus ventas incluso en invierno no es, pues, la responsable de los colores rojo y blanco con que imaginamos a Santa Claus (y que, casualmente, coinciden con los suyos); sí de ponerle una botella en la mano. Se los debemos a aquel niño nacido al calor del Mediterráneo que se vio convertido en obispo por azar (o voluntad divina, según quiera interpretarse) y, tras pasar de oriente a occidente en forma de reliquias, recibe ahora a sus visitas en la muy lejana Laponia finlandesa, en Rovaniemi, y ha cambiado los desplazamientos por mar (es protector de los marineros) por las nieves y los aires.


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