Después de Aquiles haya dado muerte a Héctor y ultrajado su cadáver
- primero cuantos griegos al pasar a su lado lo herían con sus armas y luego el mismo Aquiles atándolo al carro y arrastrando su
cabeza por el suelo-, y antes de comprobar si los troyanos se atreven a
continuar defendiendo su ciudad ya privados de su principal valedor, en el
campamento griego se celebran las honras fúnebres en honor de Patroclo.
Se
celebra el banquete funerario, se prepara la pira, se quema su cuerpo
(junto con ovejas, bueyes, caballos, perros y una docena de troyanos
cautivos, que el difunto lo merece) y se guardan sus huesos (destinados a mezclarse un día con los
de Aquiles). Pero antes de que se
dispersen las tropas, Aquiles manda que se sienten en un
amplio círculo para
presenciar una competición deportiva (Ilíada XXXIII 257 ss.), ofreciendo premios que saca de sus naves: calderos y trípodes, hierro, caballos, mulas,
ganado y mujeres.
La prueba estrella es la carrera de carros para la que Aquiles establece cinco premios que saca de sus naves : el ganador se llevará una mujer y un
trípode, el segundo una yegua preñada,
el tercero un caldero, el cuarto dos talentos de oro y el quinto una
urna de
doble asa. Como aurigas participan Eumelo (hijo de Admeto), Diomedes,
Menelao,
Antíloco (hijo de Néstor) y Meríones. De árbitro, Fénix, mortal
semejante a un dios, encargado de estar atento a la carrera y dar fe de
lo que ocurra.
Diomedes se apresta a correr con los caballos que había
arrebatado a Eneas cuando se enfrentó con él; Menelao lleva la yegua de
Agamenón, Eta, y su propio caballo, Podargo; Antíloco, sus caballos de
Pilos, más lentos que los de sus competidores, pero cuenta con los consejos de su padre, el
prudente Néstor, sobre cómo echar mano de la maña cuando no se tiene
fuerza, es decir, hacer el giro (es carrera de ida y vuelta) mejor
que los otros; de Meríones poco se dice y de Eumelo que era experto en
el manejo del carro de guerra.
Hasta aquí, todo normal. Empieza la carrera, se levanta una
enorme polvareda, los carros salen de vez en cuando despedidos del suelo
y los aurigas mantienen el equilibrio, ansiosos de triunfar.
Pero cuando los caballos se disponen ya a realizar el último tramo de la
carrera, empiezan los problemas: va en cabeza Eumelo y Diomedes se
prepara a adelantarlo. Eso despierta el enfado de Apolo (que no puede ni
ver a Diomedes) y le arranca el látigo de las manos; Diomedes llora de
rabia al ver que su competidor aumenta la distancia que les separa, pero
Atenea le devuelve el látigo e infunde nuevos bríos a sus caballos.
Luego Atenea rompe el yugo del carro de Eumelo, que sale despedido del
carro sobre una rueda y se abre la frente. Diomedes aprovecha la ayuda
de la diosa para ponerse en cabeza, seguido de cerca por Menelao, y
Antíloco amenaza de muerte a sus caballos si no sobrepasan a los de
Menelao. En la maniobra de adelantamiento, Menelao tiene que ceder el
paso a Antíloco para evitar que choquen los carros de ambos...
Entre tanto, el primero de entre los espectadores en divisar desde lejos a los carros es el cretense Idomeneo. El rojo caballo de Diomedes le revela que viene en cabeza y así lo hace saber a todos. Sus palabras provocan el desprecio de Ayante, hijo de Oileo, que le reprocha que hable tanto no siendo los ojos de un viejo capaces de ver mucho más allá de su cara. Para él está claro que las que vienen en cabeza son las yeguas de Eumelo. Idomeneo se enfada y le apuesta un trípode o un caldero a que él tiene razón. Ayante se levanta dispuesto a responder con violentas palabras, y tal vez habrían llegado a las manos si Aquiles no hubiera intervenido recordándoles que no es el lugar ni el momento de portarse de tal modo.
En esos momentos llega el primero a la meta, naturalmente, Diomedes, en su carro de oro y estaño y con los caballos chorreando sudor hasta el suelo. Segundo entra Antíloco, quien no por velocidad, sino por astucia, había adelantado a Menelao, que queda tercero. El cuarto es Meríones, aunque fuera peor auriga y sus caballos más lentos, y en último lugar Eumelo, víctima de las trampas de Atenea.
A Aquiles le da pena Eumelo -pues es, en realidad, el mejor auriga, y un querido compañero de armas- y propone que se le entregue el segundo premio, pero Antíloco no está dispuesto a cedérselo y exige que, si quiere, Aquiles le entregue otro premio (pues tiene bienes de sobra). Este accede y le da una coraza de bronce y estaño de elevado valor. Pero Menelao está furioso con Antíloco, y le pide que jure que no le ha adelantado haciendo trampas. Antíloco ve la cosa fea y echa mano de su juventud, presentándose como impulsivo y débil de entendimiento, y le entrega la yegua que le ha correspondido como premio. Así, Menelao puede permitirse la magnanimidad de cederle la yegua aunque le correspondiese en realidad a él, y se conforma con el caldero. Meríones recoge el cuarto premio sin más disputa (menos mal), y entonces, como queda el quinto sin dueño, Aquiles se lo entrega a Néstor, ya que debido a su avanzada edad no podrá competir en ninguna de las demás pruebas, lo que permite al anciano (¡cómo dejar pasar esta ocasión!) recordar sus glorias pasadas.
En resumen: una buena carrera de carros era, como vemos, capaz de sacar lo mejor -y lo peor- de cada uno. Y eso que tan nobles guerreros homéricos estaban en un funeral...
Entre tanto, el primero de entre los espectadores en divisar desde lejos a los carros es el cretense Idomeneo. El rojo caballo de Diomedes le revela que viene en cabeza y así lo hace saber a todos. Sus palabras provocan el desprecio de Ayante, hijo de Oileo, que le reprocha que hable tanto no siendo los ojos de un viejo capaces de ver mucho más allá de su cara. Para él está claro que las que vienen en cabeza son las yeguas de Eumelo. Idomeneo se enfada y le apuesta un trípode o un caldero a que él tiene razón. Ayante se levanta dispuesto a responder con violentas palabras, y tal vez habrían llegado a las manos si Aquiles no hubiera intervenido recordándoles que no es el lugar ni el momento de portarse de tal modo.
En esos momentos llega el primero a la meta, naturalmente, Diomedes, en su carro de oro y estaño y con los caballos chorreando sudor hasta el suelo. Segundo entra Antíloco, quien no por velocidad, sino por astucia, había adelantado a Menelao, que queda tercero. El cuarto es Meríones, aunque fuera peor auriga y sus caballos más lentos, y en último lugar Eumelo, víctima de las trampas de Atenea.
A Aquiles le da pena Eumelo -pues es, en realidad, el mejor auriga, y un querido compañero de armas- y propone que se le entregue el segundo premio, pero Antíloco no está dispuesto a cedérselo y exige que, si quiere, Aquiles le entregue otro premio (pues tiene bienes de sobra). Este accede y le da una coraza de bronce y estaño de elevado valor. Pero Menelao está furioso con Antíloco, y le pide que jure que no le ha adelantado haciendo trampas. Antíloco ve la cosa fea y echa mano de su juventud, presentándose como impulsivo y débil de entendimiento, y le entrega la yegua que le ha correspondido como premio. Así, Menelao puede permitirse la magnanimidad de cederle la yegua aunque le correspondiese en realidad a él, y se conforma con el caldero. Meríones recoge el cuarto premio sin más disputa (menos mal), y entonces, como queda el quinto sin dueño, Aquiles se lo entrega a Néstor, ya que debido a su avanzada edad no podrá competir en ninguna de las demás pruebas, lo que permite al anciano (¡cómo dejar pasar esta ocasión!) recordar sus glorias pasadas.
En resumen: una buena carrera de carros era, como vemos, capaz de sacar lo mejor -y lo peor- de cada uno. Y eso que tan nobles guerreros homéricos estaban en un funeral...
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