Perséfone. Variaciones mortales es la última obra de Els Comediants, que estará en escena en Madrid hasta el 4 de diciembre de 2011, en el Teatro María Guerrero.
Su tema, presente también en otros espectáculos de la compañía, pero ahora convertido en el gran protagonista, es la muerte, sobre la que nos hace reflexionar la diosa Perséfone, que, entre episodio y episodio, seria y desprovista de máscara, va realizando, mutatis mutandis, lo que en la comedia antigua denominamos parábasis: recuerda con nostalgia los tiempos en que era Kore, una inocente joven que vivía junto a su madre; lleva con poca resignación su estancia en el otro mundo, al que se ve ligada por haberse dejado seducir por lo desconocido (la granada y sus granos, engañoso ofrecimiento de un Hades tan injusto con ella como su propio padre, Zeus) y recuerda continuamente a los humanos la brevedad de la vida.
En continua espera de la llegada de una nueva primavera y su ascensión a la luz, y con formato de varietés, la poderosa -y a veces compasiva-Perséfone presenta, contempla y comenta, como maestra de ceremonias, la vanidad y futilidad de la existencia humana, ejemplificada en la primera parte con el hilarante elenco de enmascarados personajes que rodean a un difunto su ataúd: familiares y amantes, interesados sobre todo por la herencia o lo material, y gentes varias que de la muerte hacen su negocio. En la segunda parte, los gusanos degustan su festín, y el finado realiza su viaje con Caronte, aunque el descanso eterno resulta ser muy cansado, excepto si te lo adjudican "de oficio". En la tercera, desfilan ante nuestros ojos un surtido de personas que esperan, unos más convencidos que otros, su final (un condenado a muerte, un joven suicida, una viuda inconsolable...) y los nuevos "jinetes del Apocalipsis": guerras, hambrunas, accidentes, adicciones. El final es muy aristofánico: como es imposible hablar de la muerte sin hablar de la vida, Perséfone nos recuerda que hay motivos para vivir (ella misma revive cada año) y que debemos celebrar cada día mientras podamos (el tópico carpe diem).
Una puesta en escena excelente (una pantalla enorme y cuatro puertas-pantalla que se abren y cierran sobre las que se proyectan imágenes), música en directo y magníficos actores. Sobresaliente a las máscaras (tipo aristofánico unas, y de Commedia dell´Arte otras) y su utilización. No hay que perderse esta obra en la que, además de contar con otros muchos méritos, música, bailes, canciones y estructura evocan en parte lo que pudo haber sido la comedia antigua.
Su tema, presente también en otros espectáculos de la compañía, pero ahora convertido en el gran protagonista, es la muerte, sobre la que nos hace reflexionar la diosa Perséfone, que, entre episodio y episodio, seria y desprovista de máscara, va realizando, mutatis mutandis, lo que en la comedia antigua denominamos parábasis: recuerda con nostalgia los tiempos en que era Kore, una inocente joven que vivía junto a su madre; lleva con poca resignación su estancia en el otro mundo, al que se ve ligada por haberse dejado seducir por lo desconocido (la granada y sus granos, engañoso ofrecimiento de un Hades tan injusto con ella como su propio padre, Zeus) y recuerda continuamente a los humanos la brevedad de la vida.
En continua espera de la llegada de una nueva primavera y su ascensión a la luz, y con formato de varietés, la poderosa -y a veces compasiva-Perséfone presenta, contempla y comenta, como maestra de ceremonias, la vanidad y futilidad de la existencia humana, ejemplificada en la primera parte con el hilarante elenco de enmascarados personajes que rodean a un difunto su ataúd: familiares y amantes, interesados sobre todo por la herencia o lo material, y gentes varias que de la muerte hacen su negocio. En la segunda parte, los gusanos degustan su festín, y el finado realiza su viaje con Caronte, aunque el descanso eterno resulta ser muy cansado, excepto si te lo adjudican "de oficio". En la tercera, desfilan ante nuestros ojos un surtido de personas que esperan, unos más convencidos que otros, su final (un condenado a muerte, un joven suicida, una viuda inconsolable...) y los nuevos "jinetes del Apocalipsis": guerras, hambrunas, accidentes, adicciones. El final es muy aristofánico: como es imposible hablar de la muerte sin hablar de la vida, Perséfone nos recuerda que hay motivos para vivir (ella misma revive cada año) y que debemos celebrar cada día mientras podamos (el tópico carpe diem).
Una puesta en escena excelente (una pantalla enorme y cuatro puertas-pantalla que se abren y cierran sobre las que se proyectan imágenes), música en directo y magníficos actores. Sobresaliente a las máscaras (tipo aristofánico unas, y de Commedia dell´Arte otras) y su utilización. No hay que perderse esta obra en la que, además de contar con otros muchos méritos, música, bailes, canciones y estructura evocan en parte lo que pudo haber sido la comedia antigua.
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