Morirse a la griega es una cosa
muy seria. En morirse, tal vez no se tarde tanto, pero para llegar al más allá,
a los dominios de Hades, es necesario conocer el camino. Como lo normal es que
nadie regrese de allí, hay que seguir las instrucciones que nos han transmitido
los antepasados. Nos dicen que debemos enterrar al difunto con una moneda que
le servirá para pagar el peaje al que todos estamos obligados: hay que
atravesar la laguna Estigia en la barca de Caronte, y Caronte no te cruza al
otro lado si no pagas.
Tampoco es fácil encontrar a Caronte si no te conduce
hasta él el dios Hermes, que lleva en alto su áureo bastón con serpientes
entrelazadas para que todos sepamos que debemos ir tras él en piadoso silencio.
Los muertos no tenemos muchos ánimos para intentar huir de los jueces que nos
aguardan tras cruzar la Estigia, y por nosotros huiríamos de nuevo hacia la luz
del sol, pero el perro Cerbero nos mira malhumorado con sus tres cabezas y nos
sometemos a lo que Minos, Éaco y Radamantis decidan sobre nosotros.
En el mejor
de los casos algunos acabarán en las
Islas de los Bienaventurados y pasarán allí el tiempo entre fiestas y alegría,
pero si los condenan al Tártaro tendrán que soportar un trabajo sin fin,
inútil, para siempre, sin posibilidad de perdón. A las personas corrientes nos
ofrecerán agua del Leteo para que olvidemos nuestras vidas pasadas y seamos más sumisos siervos de Hades, que es el
señor de un reino rico en súbditos y en metales preciosos, vagando por unos
campos llenos de asfódelos. Afortunadamente en esta época en que comienza el
mal tiempo, Hades está de mejor humor, pues su esposa, Perséfone, se encuentra
a su lado, y ella es algo más sensible a nuestros lamentos. La joven diosa sabe lo que es
perder a quien quieres y verte obligado a vivir en la oscuridad. Supliquemos,
pues, a Perséfone que nos sea benévola, y preparemos la moneda, que ya estamos
llegando a la Estigia.
Gracias a Miguel, Fátima, David, Paco, Jonathan y David. |
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