En estos momentos en que tantos jóvenes y no tan jóvenes se preparan para disfrutar de una terrorífica noche de Halloween, queremos recordar cuál es el origen de nuestra actual representación de fantasma con cadenas que aterroriza a los vivos con su inquietante aspecto y no deja dormir con sus ruidos.
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Llegada la noche y absorto Atenodoro en sus tareas
intelectuales, comienzan los ruidos. Él no se distrae, y el espectro se
le planta delante, haciéndole una señal con el dedo para llamar su
atención. Atenodoro le indica con la mano que espere y sigue a lo suyo.
El fantasma redobla los ruidos y en ese momento el filósofo decide hacerle caso, coge un
candil y le sigue.
Al bajar al patio de la casa, el espectro desaparece.
Atenodoro señala el lugar en que esto ha ocurrido y al día siguiente
manda a buscar a los magistrados. Al cavar el suelo encuentran los
restos de un cadáver junto a los grilletes que le sujetaron en vida.
Tras reunirse los huesos y realizar un entierro pagado por el Estado, el
fantasma deja de aparecerse y la casa queda libre de su molesta
presencia. Lista para alquilar sin sorpresas.
Este episodio fue muy conocido en el siglo XIX, y su influjo está claro en célebres historias, como El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde, o personajes como el fantasma de Jacob Marley de Cuento de Navidad de Charles Dickens, por no mencionar infinidad de películas que a todos nos vienen a la memoria y series que encadenan a la audiencia una temporada tras otra.
Moraleja: enterrad bien a los muertos (sobre todo cuando han
perdido la vida de forma violenta y antes de lo previsto), si no queréis
tenerlos rondando por ahí con muy malas pulgas. Tal vez haya quien añore morirse de miedo por obra de los
inquietantes revenants, pero son los menos.