Resulta
que vives en Yolco, una ciudad pequeña y poco acostumbrada a novedades, y de repente te enteras de que ha llegado un joven a
la ciudad que ha puesto muy nervioso al rey, a Pelias. ¿Será porque
viene vestido de pantera? ¿Porque trae una lanza en cada mano? ¿Porque parece que viene con pretensiones, aunque no tiene más sandalias que la que lleva en el pie derecho?
De lo de la sandalia única dicen esos que siempre se enteran de todo que ha
contado que cuando iba a atravesar un río, una
viejecilla le rogó que la pasase a la otra orilla porque no podía hacerlo sola, y entre la corriente y el barro no sabe dónde se ha quedado la sandalia de su pie izquierdo. Y dicen
también que cuando se ha presentado ante Pelias, éste le ha preguntado
qué haría él si le hubieran profetizado que moriría a manos de un compatriota, y el joven, que afirma
llamarse Jasón, le ha respondido que mandarle lejos, a por el Vellocino de Oro, para que no vuelva de allí, y entonces Pelias le ha dicho que
entonces eso va a tener que hacerlo él, Jasón, porque a lo que ha venido
a Yolco es a quitarle el trono. Lo sorprendente es que
el joven ha dicho que está de acuerdo con el viaje y se ha puesto a pedir
colaboradores que le ayuden a ir por ese tal vellocino de oro, que a
saber dónde se encontrará, porque el sitio no es que esté muy claro. Parece que hacia el
lugar por donde sale el sol. Va a tener que preparar un barco muy
grande, porque están llegando extranjeros de todas partes de Grecia que
quieren enrolarse como tripulantes y correr aventuras en pos de un cordero. Claro que si
el cordero es de oro, la cosa se entiende más.
Esto se está
convirtiendo en un espectáculo. Cada vez acudimos más desocupados a la
playa de Págasas a ver el barco que está construyendo Argo para Jasón, del que dicen que es sobrino de Pelias y quiere recuperar el trono de Yolco porque es a él a quien le corresponde, como hijo del rey Esón (esos dos, Esón y Pelias eran hermanos, no muy bien llevados, porque uno destronó al otro).
Algunos aseguran incluso que han oído hablar al barco. No sé yo si el barco
hablará, pero me parece más útil que se mueva sin necesidad de remar, ¿o
no? Porque esos extranjeros que realizan proezas atléticas para que
Jasón los acepte como compañeros parecen héroes o príncipes y no gente con las manos
encallecidas por el trabajo. Hay uno enorme, Heracles, que se ha
encaprichado de uno pequeñillo a su lado, Hilas; otros dos son gemelos y dicen que
vuelan (no sé si creerlo); hay otro que sabe mucho de música y cuando se
pone a tocar nos quedamos todos boquiabiertos, y hasta los perros y los
pajarillos que vuelan se paran a escuchar; algunos llegan de muy lejos,
incluso de una isla que se llama Ítaca o algo así y que debe de estar
en dirección a donde se pone el sol. Y ya el colmo es que llevan con
ellos a una mujer. Lo que yo digo, estos no han remado en su vida y se
van a enterar de lo duro que es en cuanto salgan del golfo a mar
abierto.
Parece que finalmente el barco está listo para hacerse a la mar y cada
vez vemos menos competiciones atléticas, porque ya hay cincuenta
elegidos -uno de ellos un hijo de Pelias, que está empeñado en que
quiere ir con su primo- y no van a caber más en la Argo (porque así se llama la nave,
como su constructor, que tampoco es que destaque por su originalidad a la hora de elegir nombre).
Desde que esto ha empezado a animarse al llegar Jasón a Yolco, suceden cosas increíbles, como que en el último momento ha fallado uno de
los cincuenta Argonautas (que así hemos empezado a llamarles, porque nosotros tampoco somos demasiado ocurrentes) y me han dicho que si es cierto que alguna vez he servido a mi patria
como remero suba al barco. Y aunque no es verdad y solo he navegado en mi imaginación porque nací fantasioso, aquí estoy, sentado junto a Hilas, que me
dice que al fin va a descansar, porque basta con que reme Heracles para que los demás
podamos dedicarnos a contar gaviotas. Es verdad que Heracles lleva un
remo gigantesco, y que cuando se ha subido a la Argo, la ha escorado
peligrosamente. Más de la mitad de los que estábamos en su fila de remeros nos hemos tenido que pasar al lado contrario. Esperemos
que no tenga que levantarse mucho del banco o este va a ser un viaje muy
movido. Bueno, empecemos a hacer que remamos y a ver qué pasa. Confío en que algún que otro dios nos ayude, o al menos, que el barco cante y el músico toque la lira para que se nos haga ligera la travesía. Aún no sé si me mareo.
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