sábado, 30 de mayo de 2015

El año que vivimos trágicamente

     Si me preguntaran por cuál de las tres protagonistas de la IV Gymkhana Mitológica, Electra, Antígona o Medea, siento mayor predilección, me resultaría complicado decidirme.
     Electra, personaje al que he dedicado atención en tiempos pasados, me resulta menos fascinante que su madre, Clitemestra, puesto que su comportamiento de mujer "de rompe y rasga" (y muy comprensible si tenemos en cuenta todos los agravios que Agamenón le había infligido antes de caer asesinado al regreso de Troya) inquietaba sin duda a los contemporáneos de Esquilo, Sófocles y Eurípides hasta extremos insospechados. Tanto empeño en demostrar que, pase lo que pase, vale más la vida de un padre (Agamenón) que la de una madre (la propia Clitemestra) es una muestra clarísima de los valores de una sociedad patriarcal sin fisuras, como era la griega.
     Medea, por su parte, es otra mujer que se toma la justicia por su mano, pero, a diferencia de la "varonil" Clitemestra, la mujer de la Cólquide no era susceptible de convertirse en un tan mal ejemplo para las griegas de la época como Clitemestra, pues barbaridades del calibre de las cometidas por una madre capaz de matar a sus hijos sólo se entendían en cuanto ella misma era una bárbara.
    Pero Antígona... Ella es la buena hija, la buena hermana, y hasta podría haber sido buena sobrina y buena esposa si a Creonte no se le hubiera subido el poder a la cabeza, evitando a tiempo una horrible cadena de muertes en su más directa familia (incluyendo su hijo y su esposa).  Pero ¿era acaso Antígona, desafiando a su tío, aunque por piadosas razones, un buen ejemplo para las mujeres?  ¿Querían los griegos de la época clásica que ellas pensaran por su cuenta y actuaran en consecuencia? No. Pero es que a Antígona ya no le quedaba más pariente varón que tomara decisiones y las llevara  a cabo que el propio tío que la condenó a muerte.
       Dando vueltas -desde nuestra perspectiva de occidentales del siglo XXI- a estos y otros temas relacionados con las familias de aquellas mujeres excepcionales, hemos pasado parte de este curso vivido trágicamente, sin poder encontrar consuelo entre tanto crimen, ni todas las  respuestas a nuestras preguntas. Por eso, cuando ha llegado el momento de salir a demostrar de qué nos ha servido tanta lectura y comentario de fragmentos de tragedia, hemos puesto nuestras mejores caras y acudido al teatro que es la vida a arrostrar las pruebas que nos pusiera por delante.
      Dos coreutas, que en tiempos se vieron en la piel de sufridas gymkhanistas nos acompañaban dispuestas a contribuir con todo su entusiasmo a la puesta en escena de la tragedia del 23 de mayo.


Yasmine y Rebeca

     Y dos grupos de cultivadores de la lengua y cultura de los antiguos griegos y romanos se dispusieron a representar en la obra el papel que les adjudicara el destino. Uno de ellos eligió por nombre Sátiros al blanco, por su deseo de ser certeros cada vez que dispararan sus flechas y evocando a la vez la presencia de estos seres animalescos en los teatros antiguos. Y ante el pequeño Cupido de la Rosaleda probaron su puntería.


Ana, Nerea, Patricia y Álvaro (1º de Bach. Humanidades  IES Gregorio Marañón)


    La suerte les sonrió menos que al otro grupo que ostentaba el ominoso nombre de El esguince de Aquiles. Decididos a evitar que les sucediera como al héroe que sufrió un percance fatal en su tobillo, se dirigieron en Metro hasta el lugar de encuentro, no ya los alrededores del palacio de Troya, sino del de Velázquez.

Daniel, Sara, Beatriz, Jorge y Rosario (4º ESO IES Gregorio Marañón)

 
              Supieron emplear su ligereza de pies y agudeza de ingenio y terminaron segundos tras disputada batalla.





      Sus orgullosas profesoras felicitaron por igual a ambos grupos. Y se felicitaron a sí mismas por su pequeña contribución a que Esquilo, Sófocles y Eurípides sigan vivos en estos tiempos difíciles para las Humanidades.





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