La transmisión
de los textos antiguos que han llegado hasta nosotros ha pasado por
innumerables avatares. En primer lugar, prácticamente no contamos con
“originales” literarios de
autores griegos anteriores al siglo VII d.C., con excepción de la obra del
filósofo Filodemo, contemporáneo de Cicerón (s. I a.C.), que apareció en
Herculano, una de las ciudades sepultadas por la erupción del Vesubio del año
79. Un caso excepcional es el papiro de Timoteo (450-360 a.C.), menos de un siglo
posterior a su autor. Por otro lado, hasta
el siglo XV la difusión de los textos se hizo mediante copias escritas a mano, de modo que ese enorme lapso de tiempo que
se extiende entre la época en que la obra fue escrita y la invención de la
imprenta (1453) ha provocado la introducción en el texto de multitud de
errores, ya que toda copia implica faltas. Es tarea de la crítica textual intentar subsanar tales errores y ofrecer un texto lo más cercano posible al
original. Pero la pretensión de reconstruir las palabras exactas de un
autor es algo indudablemente utópico, y lo máximo a lo que podemos aspirar es a
la reconstrucción de los llamados “arquetipos” (es decir, las ediciones más o
menos oficiales de los autores clásicos que proceden en última instancia de los
filólogos alejandrinos). Muy a menudo sólo es factible la reconstrucción más o
menos fiable de los llamados “prototipos” (cabezas de serie de nuestros códices
medievales).
Hasta el siglo
III a.C., los textos literarios debieron de circular de mano en mano de forma
bastante caótica, copiados previamente por quienes querían poseerlos (sabemos
que en la Atenas
de los siglos V y IV a.C. existía como negocio la venta de libros). La copia
está sujeta a errores y alteraciones, y
una obra está condenada a su pérdida definitiva si ya no está al gusto de la
época. El primer gran intento global de
fijar textos canónicos y fiables tuvo lugar en el siglo III a.C. con el nacimiento de la Filología
en Alejandría, cuyos fines eran recoger, fijar y transmitir la
tradición literaria. Es verdad que algunos autores habían sido objeto de
intentos anteriores de fijación, pero de forma aislada: por ejemplo, cuenta la
tradición que los poemas de Homero fueron reunidos en Atenas en una “edición”
oficial, por encargo de Pisístrato, en el siglo VI a.C. Y Licurgo en el año 330 a.C. mandó fijar en
Atenas los textos de los trágicos en una “edición” oficial que evitara errores
e interpolaciones de los actores, aficionados a veces a introducir versos de su
propia invención. Quizá también Platón fuera editado por sus discípulos de la Academia, pero no sabemos
si el texto que nosotros leemos en la actualidad procede de esta edición
académica o de una posible edición alejandrina.
Con la
fundación de la Biblioteca de Alejandría por obra de Ptolomeo I
Soter a principios del siglo III a.C., se inicia una etapa decisiva en la
transmisión de los textos griegos, que son sistematizados, purificados,
editados y comentados por los primeros filólogos profesionales, a quienes se
debe el texto base de toda la transmisión posterior. Los filólogos más
destacados fueron Zenódoto, Calímaco, Apolonio de Rodas, Eratóstenes,
Aristófanes de Bizancio, Aristarco y Dídimo.
Durante los
siglos siguientes, que son los de la dominación
romana, los textos establecidos por los alejandrinos son copiados
sucesivamente, pero dos hechos van a resultar de enorme importancia en la
historia de la transmisión de la literatura griega:
1. A partir del siglo I d.C.
comienzan a perderse bastantes obras al extenderse el uso de antologías y selecciones para uso
personal o en las escuelas (es época de decadencia cultural, y se buscaba el
camino más corto hacia el saber).
2. El paso del
rollo (volumen) al códice o libro (codex), semejante en su forma al actual y mucho más manejable que
el rollo.
Al mismo
tiempo, poco a poco el papiro (material de origen vegetal) va siendo sustituido
por el pergamino (piel), más caro
pero más duradero. Papiros en gran cantidad no han empezado a aparecer hasta el
siglo XIX, gracias a que se han mantenido en buen estado en las condiciones de
sequedad extrema propias de las arenas del desierto. Es cierto que los papiros nos
han permitido, en ocasiones, recuperar textos que se habían perdido, como por
ejemplo, los poemas de Baquílides, pero, aunque son generalmente más antiguos
que los manuscritos, los papiros no necesariamente son mejores, pues no contienen menos errores.
La etapa bizantina comienza, naturalmente,
con la fundación de Constantinopla en el año 330. Durante muchos siglos es una
época de gran decadencia en la enseñanza y la cultura, y la literatura griega
apenas es conocida, sobre todo en Occidente. Esta situación acaba en Oriente en el siglo IX cuando se produce el llamado “primer renacimiento bizantino”. Tras el triunfo de los iconófilos,
se renueva el interés por los clásicos y se inicia una febril actividad de
copia de manuscritos, que ha salvado para nosotros buena parte de la literatura
griega conservada. Otra novedad material importante que tiene lugar entonces es
la transliteración de los
manuscritos (metacarakthrismov"),
es decir, el paso de textos en letra mayúscula (o uncial) a minúscula. Este
“primer renacimiento bizantino” comienza con la reapertura de la Universidad Imperial
de Constantinopla, a cuyo frente se sitúa León el Filósofo, y alcanza su punto
culminante en la figura de dos eclesiásticos: el patriarca Focio y el arzobispo
Aretas de Cesarea.
La actividad
intelectual siguió siendo floreciente en Bizancio hasta la toma de Constantinopla por los Cruzados en el año 1204: durante el
saqueo de la ciudad, muchos libros debieron de perderse y otros fueron traídos
a Occidente. Sin embargo, hacia la mitad
del siglo XIII comienza el “segundo renacimiento bizantino”,
durante el cual resurge tras muchos cientos de años (desde los alejandrinos) la
crítica textual y la edición de textos, generalmente comentados (destacando
Planudes, Triclinio, Moscópulo y Magistro). Los manuscritos de esta época son
los llamados recentiores, y su valor
depende de algunas circunstancias, pudiéndose distinguir dos grupos:
1. copias de
textos anteriores en minúscula, con más errores que aquellos, caso en el que
sólo tienen valor si se han perdido sus “padres”;
2. manuscritos
que son copia de nuevos ejemplares en mayúscula que fueron descubiertos y
transliterados durante esta etapa de florecimiento filológico.
Finalmente, en 1453 los turcos toman Constantinopla
y muchos eruditos bizantinos emigran a
Occidente llevando consigo gran cantidad de manuscritos, si bien esta
emigración de eruditos y la compra de manuscritos por parte de estudiosos
occidentales había empezado ya al menos un siglo antes. La llegada de los
sabios bizantinos consolidó de manera definitiva el resurgimiento de los
estudios de griego en la Europa
renacentista, movimiento que un siglo antes había iniciado Petrarca en Italia.
Este resurgimiento coincidió además con la invención
de la imprenta, que aseguró de manera definitiva la conservación de los
textos griegos. Estos primeros libros impresos hasta comienzos del siglo XVI se
llaman incunables (“en pañales”).
Bibliografía básica: Antonio Bravo García, "Las fuentes escritas de la cultura griega y su transmisión hasta nosotros", en Estudios Clásicos 81-82 (1978), pp. 11-40.
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