La vida de las mujeres, hijas y esposas de ciudadanos adinerados, discurría en la Atenas clásica en el interior del gineceo (literalmente la casa de las mujeres), la parte de la casa en el piso de arriba o lo más retirada posible de la puerta de entrada y la sala de recepción del varón, de donde salían sólo con ocasión de fiestas religiosas o funerales. Tener a la esposa en casa era la manera más simple de garantizar la paternidad de los hijos nacidos de ella y evitar que pudiera despertar el deseo de otros varones, capaces incluso de recurrir a una intermediaria para intentar seducirla. Las concubinas llevaban una vida similar a las esposas, y únicamente las esclavas se dejaban ver siempre que el trabajo lo requiriera. El varón iba a la compra, acompañado de un esclavo que cargara con el peso y llevara a casa lo adquirido para que las mujeres fueran preparando la comida mientras él se entretenía con los amigos en el ágora o el gimnasio.
Las muchachas de la hidria del Pintor de la Fuente de Madrid (520 a.C.), una de las joyas del Museo Arqueológico Nacional, no son esclavas obligadas a transportar pesados recipientes con agua, ni trabajadoras a sueldo. Pero el trabajo doméstico es trabajo. Hoy es un buen día para recordarlo.
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