miércoles, 27 de noviembre de 2013

¿No pasa un día entero feliz quien vive con una mujer?

       Sobre mí recae la grave acusación de que he traído a los hombres innumerables desgracias, porque soy la madre de la raza de las mujeres. Quienes me acusan son hombres, que nos consideran "el mal agradable". ¿Puede acaso ser agradable un mal? Incluso un tal Semónides -de esa isla de Amorgos que pocos conocen- afirma que "no pasa un día entero  feliz quien con mujer vive". ¿Acaso quien vive con un hombre lo pasa mejor?

      Un buen día me crearon entre Hefesto y Atenea. Me hicieron bella, porque lo que quería Zeus era que el confiado de Epimeteo sucumbiera a mis encantos... Y sucumbió.  Pero tengo que explicarme mejor, así que empiezo por el principio.

   


     Zeus y Prometeo son parientes. Me han contado que como Prometeo quiso beneficiar a los humanos (varones únicamente ellos, que vivían tan felices) en un sacrificio solemne en Mecone, hizo de un buey dos montones : en uno estaba la carne cubierta con las poco apetecibles vísceras del animal, en otro, los huesos cubiertos por pingüe grasa (esa que despide un aroma tan delicioso al asarse). Prometeo le dijo a Zeus que eligiese una parte y la otra sería para los mortales (¿pero es que les hacía falta carne a esos hombres tan felices?). Zeus se lanzó a por el de la grasa y luego se enfadó muchísimo por el engaño, y ocultó a los hombres el fuego. Prometeo entonces se lo robó  a Zeus y se lo llevó a los hombres a escondidas de aquél. Cuando el dios se enteró, maquinó castigos terribles: encadenó en el Cáucaso a Prometeo, y allí un águila le devora continuamente el hígado, que se le regenera para que el tormento sea interminable. En cambio, para castigar a los hombres, me crean a mí.

      Hefesto me modela con tierra y agua, me infunde la voz y la vida humana, y me concede un rostro semejante al de las diosas inmortales. Atenea me enseña a tejer, Afrodita me llena de gracia,  pero ese dios tan poco recomendable que es Hermes, el ladrón hijo de Maya, infunde en mi corazón mentiras y un carácter voluble. Cada dios me da un regalo, que es lo que quiere decir mi nombre, Pandora, todos los regalos. Y además de un ceñidor, collares y coronas, me  obsequian con una  jarra con tapadera (que no una caja), muy útil como regalo de boda  ya que voy a ser esposa y ama de casa y seguro que tengo que conservar aceite, agua o alguna otra cosa. Parece que dentro iban todos los males. ¿Cómo no iba yo a abrir mi regalo, en casa del imprudente Epimeteo que había hecho caso omiso del consejo de su hermano, el prudente Prometeo, de no aceptar ningún regalo de Zeus? ¿Tengo la culpa de ser curiosa? ¿No es la curiosidad la que les ha hecho a los griegos filosofar y viajar por el mundo?



    Por mucha prisa que he querido darme en tapar mi jarra, sólo se ha quedado dentro la esperanza, que parece ser lo último que se pierde. Pues esa debe de ser la esperanza que tienen los hombres al casarse: que a ellos no les van a pasar las horribles cosas que dice Semónides. En cuanto a nosotras, como no nos dan a elegir si preferimos mantenernos solteras o casarnos, nuestra única esperanza es, como dice Medea, la de tener suerte y que nuestro marido no nos imponga el yugo por la fuerza. Porque además, ellos pueden divorciarse de nosotras cuando quieren, pero nosotras de ellos no.

   Va a ser verdad que Atenea y Ártemis son las hijas favoritas de Zeus, pues les ha permitido evitar el matrimonio. Y él ¿para qué se ha casado, con lo mal que se lleva con su esposa y la de engaños a los que tiene que recurrir para seducir a las pobres mortales a las que pone el ojo encima? ¿No tiene él también un carácter voluble y una mente muy, muy engañosa?

lunes, 25 de noviembre de 2013

Hefesto (En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer)

        El 25 de noviembre es el día dedicado por la Asamblea General de las Naciones Unidas a la eliminación de la violencia contra las mujeres. Ojalá no fuera necesario dedicarle ni un minuto.

         En la mitología griega encontramos muchísimos ejemplos de mujeres (divinas o humanas) maltratadas, tantos que enumerarlas nos llevaría horas, y, por desgracia, lo que sucedía entre los dioses parecía justificar lo que pudiera ocurrir entre los hombres. También, cómo no, sabemos de  maltratadoras, convertidas en ejemplo de maldad horripilante dirigida, generalmente, contra hijos del marido y otra mujer, pero, comparativamente, son las menos. Hoy nuestro héroe es Hefesto, que quedó cojo por defender a su madre.

         Hera le había engendrado, según cuenta Hesíodo,  sin contar con su esposo como forma de vengarse de que él hubiera dado a luz a la diosa Atenea de su propia cabeza, sin participación de ella, diosa de igual rango. En cierta ocasión,  Zeus y Hera estaban discutiendo.  Hefesto salió en defensa de su madre y Zeus lo tiró desde el Olimpo. Así se lo recuerda Hefesto a Hera (Ilíada I 586 ss.), intentando convencerla de que no irrite a Zeus con su insistencia ante cierto asunto:

Soporta, madre mía, y domínate, aunque estés apenada;
que a ti, aun siéndome tan querida, no tenga que verte con mis ojos
apaleada. Entonces no podré, aun afligido,
socorrerte, pues doloroso es rivalizar con el Olímpico:
ya en otra ocasión a mí, ansioso de defenderte,
me arrojó del divino umbral, agarrándome del pie.
Y todo el día estuve descendiendo y a la puesta del sol
caí en Lemnos, cuando ya poco aliento me quedaba dentro.
                                        (trad. de Emilio Crespo, Ed. Gredos, Madrid 2000)

          El resultado es que Hera sonríe y acepta la copa que Hefesto le ofrece. Y su consejo. Qué ironía que Hera sea la diosa de las mujeres casadas, siendo el suyo un matrimonio terrible. Y que se dedique a perseguir a las amantes e hijos extramatrimoniales de su marido. Los dioses son violentos. El poder se mantiene a base de mano dura.

Hefesto retorna al Olimpo- Foto: R. Mariño

         Sí, ya sabemos que existe otra versión sobre la cojera de Hefesto, que afirma que nació así y que fue la propia Hera la que lo tiró, avergonzada de que su hijo no le hubiera salido tan guapo como Atenea a Zeus. El castigo que, en una sociedad patriarcal como la griega, merece la mujer que pretende hacer las mismas cosas que su marido.

Atenea y Hefesto crean a Pandora
      Yo me quedo con la primera explicación y le convierto en ejemplo. Es un dios cariñoso y manitas, inventor de los primeros robots de la historia y participó en la creación de Pandora, la primera mujer. Afrodita le engañaba, pero él no respondió como lo habría hecho su terrible padre. Un 10 para él y un 0 para Zeus.






       
           

         

De cómo volar en el teatro ante los ojos de los espectadores y otras maravillas

       Para la puesta en escena de algunas tragedias o comedias, era necesario recurrir a lo que hoy llamaríamos "efectos especiales", por ejemplo si tenía que volar sobre el escenario -o aparecer en las alturas- un personaje (normalmente un dios) o animal (como Pegaso en una tragedia o un escarabajo gigante en comedia), o cuando retumba una tormenta o debe realizarse un asesinato fuera de la vista del público (la muerte en escena era un caso excepcional en el teatro griego).
     
           En la imagen que sigue, una escena de la tragedia de Eurípides Ifigenía entre los Tauros, se distingue claramente el lugar que ocupan los dioses Apolo y Ártemis (arriba), y los humildes mortales (Orestes, Pílades, Ifigenía y una sierva, abajo):


         No debemos esperar artilugios muy complicados: por ejemplo, el  βροντεῖον  (de βροντή, trueno) era un barril lleno de piedras que se hacía rodar sobre una superficie metálica para reproducir el sonido de los truenos. La imaginación, por parte del público, tenía que colaborar para conseguir cierta "verosimilitud" en los efectos buscados, al menos en tragedia, que es seria, mientras que en la comedia importaría menos provocar las risas de los espectadores, o se utilizaría como recurso adicional para aumentar la comicidad de una escena. Hay que tener en cuenta que para el público griego no resultaba extraño contemplar una escena ambientada en las horas nocturnas a plena luz del día, como tampoco lo era que los papeles femeninos fueran interpretados por varones.

       La  μηχανή  (literalmente, máquina) era una grúa colocada tras la escena que permitía sobre todo que un actor volara desde el cielo o hacia él.

       El  ἐκκύκλημα   (o ἐγκύκλημα) era una plataforma móvil que giraba (κυκλόω, girar) para mostrar lo que había ocurrido tras la escena (por ejemplo, un asesinato).

     En la tragedia de Eurípides Hipólito, se empleaba para sacar a escena desde dentro del palacio a Fedra, enferma en su lecho, mientras que las diosas Ártemis o Afrodita aparecían ex machina sobre el llamado θεολογεῖον (el techo del escenario, que en este caso representa un palacio) tal como puede verse en la imagen adjunta según la propuesta de Arnott. 












       En algunos teatros antiguos se conserva la "escalera de Caronte" (Χαρώνειοι κλίμακες), un pasadizo subterráneo que permite aparecer en mitad de la orquestra a un actor que había entrado en él desde detrás de la escena. Era un recurso sencillo que servía para representar la salida del espíritu de un difunto desde el otro mundo.

Teatro de Segesta (Sicilia). Escalera de Caronte. Foto: R. Mariño

domingo, 10 de noviembre de 2013

Diálogo (pseudo)socrático sobre el premio de la SEEC a "Caminando con Ulises"

     SÓCRATES.- Amigo Fedro, ¿dónde vas ahora y de dónde vienes?
     FEDRO.- De un acto de entrega de premios en el que te han mencionado a ti mismo, y eso que quien lo hacía formaba parte de un grupo de sofistas, esos que no se avergüenzan de recibir dinero a cambio de sus enseñanzas.
     SÓCRATES.- ¿Y cuáles fueron sus palabras? Las escucharía de buen grado.
     FEDRO.- Te enterarás si tienes tiempo de escucharme mientras paseamos.
     SÓCRATES.- Por supuesto. ¿Crees acaso que yo no estimaría por encima de cualquier urgencia escuchar lo que allí se dijo?
     FEDRO.- ¿Dónde quieres que nos sentemos para que hablemos de manera más cómoda? ¿Ves aquel grandísimo plátano junto al Paraninfo?
    SÓCRATES.- Sí.
    FEDRO .- Allí hay sombra, y una ligera brisa, y césped para sentarnos, o, si lo prefieres, recostarnos.
    SÓCRATES.- Avanza pues, escoge la postura en que hables con mayor comodidad y habla, pues soy amante de aprender. Los campos y los árboles nada quieren enseñarme, y sí los hombres de la ciudad.
     FEDRO.- Escucha pues: allí se dijo que Odiseo había tenido que marcharse obligado de su patria, y que en los largos años que pasó alejado de su isla padeció fatigas, pero también disfrutó de la vida.
     SÓCRATES.-¿Es acaso disfrutar de la vida pasar un año junto a una mujer que, puesto que no ha podido convertirte en cerdo, te ha tomado por amante o en compañía de otra que al cabo de siete años no está aún dispuesta a renunciar a ti?
     FEDRO.- También se dijo que la nostalgia de Odiseo le llevó a abandonar todo lo bueno que había conseguido por regresar al hogar.
    SÓCRATES.- Sí, por el Perro, pues renunció a la inmortalidad que le ofrecía Calipso, y perdió por obra del marino Posidón las pocas cosas que ella le había dado.
    FEDRO.- ¿Y no es cierto que conservó escondidos en una cueva de su isla los tesoros que le entregaron los feacios para que su vuelta no fuera la de un mendigo?
    SÓCRATES.- Admito lo que dices, pero a todos les resulta evidente que las cosas materiales nada son al lado de lo importante: los padres, la esposa, el  hijo.
     FEDRO.- En esto, amigo, tienes razón: allí se dijo que al optar por el regreso sabía que en su casa faltaría ya su madre (el propio Odiseo la había visto salir sin vida del Hades), su padre sería un anciano necesitado de ayuda, su esposa habría perdido la lozana juventud y el rostro de su hijo le sería totalmente desconocido.
     SÓCRATES.- Pero, bienaventurado Fedro, ¿no querrías pasar directamente a las palabras en que se habló de mí sin pedir permiso alguno? ¿O tendré que obligarte a ser más breve?
     FEDRO.- Nada me gustará más que informarte sobre lo que preguntas. Allí se dijo que se aprende paseando al aire libre y por eso tales sofistas y los discípulos de los que se sienten tan orgullosos  van y vienen entre árboles y flores, rodeando los estanques, metiéndose en grutas y en una casa de fieras para escuchar lo que Homero narró como si las Musas melodiosas contribuyeran en algo a un mayor conocimiento de las cosas antiguas. Y aseguran que tú eres el maestro que les ha enseñado a salir de sus cubículos y a buscar la inspiración bajo el cielo azul.
     SÓCRATES.- ¡Oh, amigo Fedro! ¿Y te parece que en esto último han pasado, si me fuera permitido decirlo, por un trance de inspiración divina o  han expresado desvergonzadamente sus discursos?
     FEDRO.- Mucho podríamos hablar al respecto, y examinar la verdad del dicho que afirma que mucho mienten los aedos, pero marchémonos, Sócrates, puesto que se ha mitigado el calor y veo que se acerca hacia nosotros uno de aquellos sofistas dispuesto a pedirnos cuenta de nuestras palabras si reconocemos que, verdaderamente, lo que dicen son necedades revestidas de hermosas palabras.
     SÓCRATES.- ¿Y no convendría antes de marcharnos elevar una plegaria a los dioses de estos lugares?
     FEDRO.- Desde luego.
     SÓCRATES.- ¡Oh, Pan querido y demás dioses del lugar! Concededme que mi nombre se emplee con sensatez y que por muchos años se considere rico al sabio y se desee la belleza interior antes que la exterior. Y que esos sofistas, aún cobrando buenos dineros, sean capaces de infundir en sus alumnos la idea de que las cosas que verdaderamente merecen la pena son difíciles, pero no debemos renunciar jamás a ellas.
      FEDRO.- Suplícalo también en mi nombre, pues son comunes las cosas de los amigos.
      SÓCRATES.- Vámonos, pues.

                              V Premio Innovación Educativa Delegación de Madrid SEEC (Foto: O. Martínez)

Algunos de los sofistas premiados (Ángeles Patiño, Ana Heydt, Lucía Rodríguez, Conchita Valcárcel y Rosa Mariño) con sus alumnos.